(Un texto de Caius Apicius en el suplemento gastronómico del
Heraldo de Aragón del 3 de enero de 2015)
Todavía son muchos los anglosajones que mantienen con toda
tranquilidad que quien trajo las patatas a Europa fue sir Walter Raleigh, a
quien los ingleses pagaron el favor decapitándolo en 1618, cuando el resto del
mundo sabe que fueron los españoles quienes hicieron el porte.
España
introdujo la patata en Europa. Y me dan muchísima rabia un par de cosas
relacionadas con las patatas, los consumidores y los cocineros españoles.
España es uno de los países en los que menos se sabe de ellas, con la gloriosa
excepción de las Canarias con sus múltiples variedades de papas.
Si va usted
a comprar papas al mercado de La Laguna, al de Santa Cruz o al de Vegueta en
Las Palmas encontrará allí, en los puestos, bien colocaditas y con sus
etiquetas identificativas seis, ocho o diez, a veces más, variedades de papas.
Si va usted a comprar patatas a un mercado en la Península, olvídese: un par de
tipos de patata, y vamos que chutamos.
Nueva o
vieja. Blanca o roja. Para freír o para cocer (fíense y ya verán). O una marca
comercial. Ésa es toda la información que ofrece el etiquetado de las patatas
en nuestros mercados. Raro, pero raro, raro, raro, como decía el doctor
Iglesias, que se especifique la variedad; y, si se especifica, será Kennebec en
la inmensa mayoría de los casos.
Vaya usted a
París y pase allí una mañana de miércoles o de sábado. Acérquese a la avenida
del Presidente Wilson. Verá una larguísima lona en su bulevar central, bajo la
que se cobija un mercadillo. De quita y pon. Lleno de maravillosos puestos de
alimentación.
Bien, pues
en un simple mercadillo (aunque sea un mercadillo de lujo), en los puestos de
patatas, verán ustedes seis u ocho variedades, perfectamente identificadas:
Bintje, Belle Fontenay, Kennebec, Ratte, Roseval o Charlotte. Los franceses
tuvieron a Parmentier; nosotros, no.
Esto, en los
mercados. Vayamos ahora a la restauración pública u hostelería. ¿Cuántas veces
se han ilusionado ante el anuncio de patatas fritas y han sufrido una enorme
decepción cuando se las han traído? ¿Por qué es tan difícil que fuera de casa
le den a uno unas patatas fritas como es debido?
Hay
excepciones, conste. Pero uno recuerda alguna comida en Chez Georges, en la que
a un comensal que había pedido un entrecot con tuétano se le ocurrió pedir
patatas fritas cuando ya le había servido y, sin el menor problema, se le
facilitó una fuente llena de patatas pont neuf fritas momentos antes. Como
aquí.
Freír
patatas da trabajo. Hay que pelarlas, cortarlas y freírlas teóricamente sobre
pedido, porque han de llegar al comensal recién hechas. Entonces, se someten a
dos frituras: una al empezar la jornada, en la que se dejan a medio hacer, o
sea, más cocidas en aceite que otra cosa, y una segunda al ir a servirlas.
Salen como salen.
Las patatas
hay que freírlas de un golpe, al menos si, como aquí, las freímos en aceite de
oliva. No hagan caso de libros franceses que preconizan esas dos frituras (en
aceite de cacahuete). Eso funciona para hacer patatas soufflées, no pont neuf
(las llamadas así son las patatas fritas a la francesa de toda la vida, las que
los americanos llaman french frites aunque las conocieron en Bélgica en la Gran
Guerra).
En fin. Les
sugerimos unas patatas diferentes. Yo las tomé por primera vez en el
restaurante Drouant, en el salón de la primera planta donde se fallan los premios
Goncourt. Pedí unas costillas de cordero de pré salé con pommes grenaille de
l'île de Ré a l'ail. Lo de grenaille (puede traducirse por metralla), tan
parecido a grenouille (rana) me llevó al huerto. Sí, sí, rana: unas de las
patatas más deliciosas que comí en mi vida.
Proceden de
la isla de Ré, en el Atlántico, situada frente a La Rochelle y conocida entre
otras cosas por su sal y por estas patatas, con denominación de origen (A.O.C.,
para los franceses) y todo. Aquí tendrán que sustituirlas por patatitas nuevas,
pequeñitas, o alguna variedad canaria.
Pongamos
medio kilo. Lávenlas y séquenlas, pero no las pelen. Háganlas a fuego vivo en
aceite de oliva (ellos usaban grasa de pato) dos o tres minutos, sin parar de
moverlas. Añadan dos o tres dientes de ajo y algo de perejil muy picado.
Mantengan la cocción unos minutos. Bajen el fuego, cubran con agua y dejen
cocer veinte minutos, añadiendo más agua si fuere necesario. Comprueben que ya
están pinchándolas con un cuchillo, que debe entrar con facilidad. Escúrranlas
bien. Y eso es todo.
Unas
excelentísimas patatas cuya elaboración no es muy distinta de la de nuestras
patatas a la importancia: primero freír, después cocer. Y, si la patata es la
adecuada y de la calidad esperable, se cuida la elaboración y se terminan justo
antes de servirlas, el resultado es magnífico. De verdad: en estas cosas, los
franceses, que convirtieron el steak frites (bistec con patatas fritas) en su
plato nacional, me siguen dando mucha envidia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario