(Un
texto de Juan Barbacil en el suplemento gastronómico del Heraldo de Aragón del
19 de octubre de 2013)
Como cuestión previa e inicial debe advertirse que en
todos los platos a los que se les pone vino blanco, vino de Jerez o vinos semejantes estos se pueden
sustituir por la cerveza, a excepción de aquellos cuya característica sea precisamente el vino adecuado,
como los 'riñones al jerez'. Teniendo en cuenta que el alcohol se volatiliza,
después de bañar el resto de componentes ablandándolos, suavizándolos y
dejándose en ellos su solera, pero que en el caso de la cerveza la cantidad de
alcohol es la mitad en general. Así que habrá que poner el doble de cantidad
para conseguir el mismo efecto que se quiere conseguir. Pero además hay que
recordar que lo que en el vino es
acidez en la cerveza es amargor.
Así pues, si queremos que aumente el dulzor le añadiremos azúcar
al guiso o cocción, añadiremos limón si queremos subir la acidez. Si la cerveza es más tostada
que rubia añadirá un poco de color y si es muy oscura también dejará su huella.
Se pueden hacer pruebas sin temor pues
en cualquier caso el único daño que se pude hacer sería el de conseguir más
caldo o una sopa más ligera, pero en
ningún caso la cerveza puede producir efectos que no tengan fácil
arreglo.
Por otra parte también conviene decir que la cerveza
sobrante de una comida, al igual que ocurre con el vino, se mantiene relativamente bien
si se guarda en la nevera, de manera
que puede usarse en la cocina alargando una salsa o para mejorar una sopa.
La
periodista y experta en gastronomía, mi buena
amiga la jerezana Paz Ivisón, escribió en mayo de 1993, prologando un librito interesante sobre la cerveza que escribió Enrique Gutiérrez Vallejo:
«Las más vanguardistas teorías gastronómicas
del país vecino, Francia, abogan por la utilización de la cerveza en la cocina como un
ingrediente más de la elaboración del plato, y por su consumo en la mesa, como perfecto complemento del
plato en cuestión. Y digan lo que digan los detractores de nuestros vecinos, en cuestiones del comer y del beber, Francia sigue
marcando pautas». A día de hoy, y desde mi punto de
vista, su opinión sigue siendo muy acertada.
Según
el estudioso Michael Jackson, 'la cuisine
et la biere', la cocina a la cerveza debe su existencia a un reconocido estilo culinario
de Francia y Bélgica, coincidiendo así
con Paz Ivisón. Y apuntaba Jackson, por cierto en el mismo año 1993, que
otros chefs de distintos países, además de los belgas y los franceses, se habían
apuntado al carro de esta tendencia de la
utilización de la cerveza en la cocina, especialmente en Estados Unidos.
Lamentablemente parece que ya no hay tanto entusiasmo, al menos en España, y es una lástima.
Maestros
de la cocina como Escoffier, en su clásico 'Le Guide Culinaire', de 1903,
describe varias recetas, pero la auténtica variedad de la cocina con cerveza solo se divulgó con la obra de Raoul
Morleghem, que fue cocinero de los jefes de Estado belgas durante la década de 1950.
Sus recetas se publicaron en una voluminosa
obra con más de 300 recetas recopiladas por más de 20 chefs belgas y que
tituló 'La cuisine au pays de Gambrinus'.
En 1960,
un grupo de gastrónomos franceses fundó la Orden del Chop d'Or (el pichel dorado).
El pichel es un vaso alto y redondo, ordinariamente de estaño, algo más ancho
del suelo que de la boca y con su tapa engoznada en el remate del asa. Estos gastrónomos fomentaron el aprecio gastronómico
por la cerveza, Por sus filas estuvieron cocineros tan relevantes como Paul
Bocuse, los hermanos Troisgros y Emile Jung.
En 1984,
cuatro famosos cocineros belgas que sumaban entre ellos seis estrellas Michelín,
prepararon un almuerzo en el Pierre Hotel de Nueva York para caracterizar diez tipos
diferentes de cerveza. La cocina de la cerveza había llegado al Nuevo Mundo.
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