(Un texto de Ixone Díaz Landaluce en el XLSemanal del 22 de noviembre de 2015)
Atención, ‘foodies’. el molusco más exquisito vuelve a estar de moda.
Y ya no es una ‘delicatessen’ de las clases pudientes o las comidas
navideñas. Los ‘oyster bars’, con sus lustrosÿas barras de ostras y sus
copas de champán, hacen furor.
“El primer hombre que se atrevió a comer una ostra fue un valiente”, escribió en el siglo XVIII el famoso escritor satírico irlandés Jonathan Swift, autor de Los viajes de Gulliver. Y no le faltaba razón. Dentro de la característica concha nacarada, esa carne de aspecto gelatinoso puede no parecer, a simple vista, un manjar.
Y, a pesar de eso, ha sido un bocado de sibaritas durante siglos. Se
dice que el emperador Vitelio llegó a comerse mil ostras de una sola
sentada y que Voltaire las desayunaba a diario con una copa de champán.
Esa exclusividad histórica, sumada a las leyendas urbanas (sin base
científica alguna) que aseguran que este molusco es un potente
afrodisiaco, ha convertido a la ostra en un producto misterioso, casi mitológico, envuelto en un perenne halo de glamour.
Pero los tiempos en los que este marisco estaba restringido a las
cartas de los restaurantes más exclusivos o a las mesas familiares en
ocasiones especiales, como la Navidad, son historia antigua. Ahora, las
ostras están al alcance de todo el mundo gracias a los 'oyster bars'.
La tendencia llega, como muchas otras modas gastronómicas, desde Estados
Unidos. El concepto es sencillo. aunque muchos de estos locales tienen
un menú más amplio en el que predomina el marisco, su auténtico
atractivo son esas grandes barras, en las que el molusco se expone casi
como si fuera una joya que un habilidoso camarero se encarga de abrir y
preparar. El ritual es tan importante como el producto en sí.
El nuevo ‘sushi’
Los entendidos recomiendan consumirlas al natural y servidas sobre un lecho de hielo picado.
Es la mejor forma de apreciar su sabor a mar y su característico aroma.
El limón es opcional. Aunque también hay quien les añade vinagretas. El
maridaje también es esencial. Se suelen acompañar de champán o vino
blanco, aunque algunos prefieren cerveza negra. La gran ventaja de los
oyster bars es que no hay que pedirlas por docenas, pueden consumirse
por unidades a precios más que razonables.
En realidad, estos locales no son ninguna novedad en Estados Unidos.
Los primeros, en su mayoría tascas que servían toda clase de mariscos,
abrieron sus puertas en los años setenta. Pero solo unos pocos
sobrevivieron. Sin embargo, en los últimos cinco años están viviendo una
segunda edad dorada y las ostras se han convertido, en cierta forma, en
el nuevo sushi. Hay locales clásicos, como el Grand Central Oyster Bar de Manhattan,
situado en las entrañas de la Estación Central neoyorquina, que abrió
sus puertas en 1913 y funciona como un bar de ostras, donde se sirven
hasta 25 variedades, desde 1974. Pero, aunque Nueva York es la capital
mundial de los 'oyster bar' (con locales tan populares como el Pearl
Oyster Bar), las barras de ostras han invadido el país desde San
Francisco, con restaurantes como el Anchor and Hope, a Seattle, una de
las ciudades más ‘ostrófilas’, donde se pueden degustar en Elliott’s Oyster Bar o The Walrus and the Carpenter. Boston no se queda atrás y es uno de los epicentros de esta cultura gastronómica gracias a restaurantes como Neptune Oyster.
La fiebre por las ostras al otro lado del Atlántico es tal que ya
existe una aplicación para smartphones (Pearl) que selecciona los
mejores bares en función de la localización del usuario, que a su vez
puede escribir sus críticas.
Llegan para quedarse
En España, la tendencia está aterrizando. Aunque ostras se han
consumido siempre, por fin se están popularizando. Aparte del famoso
mercado de la Piedra, en Vigo, donde los restaurantes de la zona sirven
las ostras más exquisitas de Galicia, algunos otros mercados, como el de
San Miguel en Madrid, el de Mossén Sorell en Valencia, el sevillano mercado de Triana o el de Mallorca,
ya tienen sus propios puestos especializados, donde se degustan con una
copa de vino o champán. "Las ostras siempre han sido un producto
exclusivo por su precio y porque solo se podían comer en restaurantes de
alta cocina. Ahora, con la llegada de los 'oyster bars', se pueden probar
a buen precio y sin tener que vestirnos para la ocasión", explica
Nuria, de la Ostrería del Carmen, en el mercado
valenciano de Mossén Sorell. Además, su consumo -hasta ayer un lujo de
sibaritas- está venciendo, poco a poco, el estigma clasista que durante
décadas las ha acompañado.
Del mercado a los bares
"Aunque todos sabemos ya qué es una ostra, no muchos las han probado.
Por eso, es un alimento muy desconocido. Pero se trata de un producto
mágico desde el momento de su cultivo, pues se crían al aire libre
durante cuatro años de manera artesanal", explica Manuel Moreno, de
Ostras Sorlut, que tiene su puesto en el madrileño mercado de San
Miguel. Efectivamente, muchas de estas ostras se cultivan en criaderos,
lo que permite que sean más asequibles. Aunque hay hasta cien variedades
diferentes, las más comunes en nuestras mesas son la Ostrea edulis,
común en las costas gallegas y también en la Bretaña francesa, y la
ostra portuguesa o cóncava. Además de Madrid -donde el primer bar que las
puso fue el Glass Bar del hotel Urban- y de Barcelona (Gouthier es toda
una referencia), también Bilbao, Valencia o San Sebastián ya tienen sus
templos de la ostra. Siempre han estado de moda en el norte de España.
Es costumbre acercarse al sur de Francia a degustarlas, pero lo que
está cambiando es que su consumo ya no se restringe a las fiestas ,
explicaierto en 2011.Por si fuera poco, ahora la ostra (cuyos controles de calidad evitan las intoxicaciones de antaño) está considerada como un superalimento.
Son una fuente inigualable de cinc, esencial para la buena salud de
músculos y huesos; son ricas en yodo, vitamina B12, hierro y tirosina,
un aminoácido implicado en la función cerebral. Por eso, todo su glamour
y el mito sobre sus poderes afrodisiacos ya son lo de menos. La ostra,
como lo mejor, al natural. Como mucho, con unas gotas de limón.
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