(Extraído de un texto de Caius Apicius en el Heraldo de Aragón del 5 de agosto de 2017)
[...] la lubina o lobo de mar (ése, loup de mer, es uno de los nombres que
le dan los franceses) [es] un pescado que siempre había sido “de gama alta”,
hasta su popularización a través de la acuicultura. La gente mira los
pescados de granja con suspicacia, aunque el producto resulte cada vez
mejor elaborado.
No es nuevo. Ya Columela, en su “De Re Rustica” (año 42 de nuestra
Era), tras dar muy buenas instrucciones para uso de quienes quisieran
producir lubinas en granjas marinas, les advertía de que los
“exquisitos” no gustaban de esas lubinas, sino de las pescadas “entre
los dos puentes” que, entonces, cruzaban el Tíber en Roma. Hay que decir
que la lubina no desdeña las aguas dulces, aunque prefiera las batidas.
[...]
La alta cocina inventó grandes recetas para la lubina; la más extendida,
la lubina al hinojo, rotundamente provenzal. Es como nuestra lubina a
la brasa, sólo que con unas incisiones en sus lomos en las que se
introducen unas briznas de hinojo y añadiendo ramas de hinojo a las
brasas, básicamente. Se la consideraba afrodisíaca, es de suponer que
por el hinojo.
La nouvelle cuisine aportó dos fantásticas fórmulas: la lubina en
costra de hojaldre de Paul Bocuse y la lubina sobre lecho de algas de
Michel Guérard, mucho antes de que la influencia nipona llenase de algas
nuestra cocina “creativa”. En España, la receta más lograda fue, sin
duda, la lubina a la pimienta verde de Pedro Subijana… aunque yo, como
gallego, tenga ganas de probar la que imaginó Xavier Domingo para la
lubina con grelos, que me gustan mucho más que las algas.
De todas maneras, la lubina, como el rodaballo, agradece que se le dé
un trato respetuoso, pero sencillo; su sabor tenue no debe
enmascararse, así que no es un pescado que haga buenas migas con el ajo.
Sí que las hace con un buen vino blanco, fresco, pero con personalidad;
la nuestra la acompañamos con un fantástico godello del Dominio del
Bibei (Ribeira Sacra), pero también hubiera triunfado un albariño de las
Rías Baixas, que para eso es el vino del mar.
Hay que decir que el Diccionario de la Lengua Española está bastante
despistado o desafortunado en este asunto. Establece como voz preferente
la de “róbalo”, minoritaria respecto a “robalo” (que parece la
traducción al lunfardo de la incitación a la apropiación indebida
sugerida por la voz esdrújula) y lubina que, sin embargo, el DLE
redirige a “róbalo”.
Peor: dice que la robaliza es la hembra del róbalo, y que es de mayor tamaño que el macho. Por favor.
Lubina de aguas libres: un pescado siempre cotizado, que es una forma
de decir “caro” que me gusta mucho más que el tan trillado “exclusivo”,
que puede hacer parejas con la palabra con la que empezábamos: hoy en
día, las cosas son espectaculares y exclusivas, o no son nada. Qué cruz,
Señor.
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