Napoleón III, el último
monarca de los franceses, fue un precursor en el tránsito pacífico de un sistema
totalitario a otro democrático. Para demostrar su sentido social -para bien de los
pobres y seguridad de los ejércitos- convocó, en 1869, un concurso público para
conseguir una grasa de menor precio que la aristocrática mantequilla y de fácil
trasporte, uso y conservación. Estimulado por la convocatoria, Hippolyte Mège-Mouriés,
químico de profesión, elaboró la margarina, una combinación de distintas grasas
vegetales convenientemente deshidratadas y elaboradas.
El inventor hizo fortuna.
Unos años después de su invento vendió la patente a Anton Jurgens, el pionero
patriarca de las industrias alimentarias holandesas y de ahí surgió, años
después, la famosa Unilever, la primera gran multinacional y modelo de las que la
siguieron en las mas distintas especializaciones productivas.
El invento tiene mayor valor
social y económico que gastronómico, aunque en Bélgica, especialmente en Bruselas,
las patatas fritas con margarina - las excelentes frites - son la compañía ideal de los mejillones -moules- que constituyen la tentación
nutricia del lugar y son la mejor compañía posible para las muy originales, apetecibles
y peligrosas cervezas del país. Altas en graduación, intensas en sabor y, por
lo visto, consuelo de los europarlamentarios de bostezo y privilegio. La combinación
resulta tan sugerente y atractiva que Astérix y Obélix, los hijos de la pluma de
René Goscinny y el pincel de Albert Uderzo, se encelaron con ella en su viaje a
Bélgica.
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