(Un reportaje de Ángel González
Vera en el Heraldo de Aragón del 16 de diciembre de 2017)
La tradición mandaba comer cosas
ricas poco habituales en la dieta diaria y comerlas en las mayores cantidades
posibles.
Acudiendo a manifestaciones
realizadas por el profesor Antonio Beltrán en los años en los que preparaba la
publicación del 'Gran libro de la cocina aragonesa', podemos abrir este
artículo con su afirmación de que la proverbial frugalidad de los aragoneses
era pura necesidad. Eran sus escasos ingresos los que le obligaban a comer con
parquedad, aprovechando todas las partes comestibles de cada alimento, hecho
que motiva la existencia de un sinfín de guisos y platos aragoneses prodigio de
economía doméstica e ingenio culinario. Las chiretas, las tortetas elaboradas
con la sangre del cerdo y harina, las migas, los crespillos, las farinetas y el
muy singular guiso elaborado con las colas de las ovejas rabonas, conocido como
`Espárragos montañeses', que uno de nuestros más insignes cocineros, Teodoro
Bardají, sirvió a la Tubau, destacada artista española, con tal éxito que tuvo
que incluirlas en su menú durante el resto de jornadas que la señora estuvo
hospedada en el hotel donde Bardají trabajaba de cocinero, son un buen ejemplo
de ello.
Esta frugalidad en el comer y en
el beber, el pueblo llano la compensaba saciándose con alimentos más suculentos
que los del yantar diario, en las ocasiones en las que se celebraban
acontecimientos familiares o fiestas eclesiásticas como la que aquí nos ocupa,
la víspera de la Natividad del Señor, la Nochebuena, comiendo, o mejor,
devorando hasta hartarse. El consejo del pobre, 'antes reventar que sobre' o `a
lo que vale dinero, pásale el dedo', ha hecho que no sea fácil determinar con
precisión o método lo que los aragoneses solían comer en la noche previa a la
Navidad. Los productos han variado y varían con las modas, los lugares y la
facilidad de conseguirlas, predominando, eso sí, la siguiente norma: comer
cosas ricas y poco habituales en la dieta diaria, y comerlas en las cantidades
más grandes posibles.
LA TRADICIÓN. No obstante,
podemos citar unos cuantos productos que desde un relativo escaso número de
años, se consideran los más tradicionales y adecuados en la cena de Navidad: el
cardo, el apio, algún tipo de sopa elaborada con carne de pollo o gallina y los
pescados -fundamentalmente el besugo o el salmón- y ello por el hecho de no ser
alimentos habituales a lo largo del año, su transporte hasta los mercados
locales de nuestros pueblos resultaba difícil. Recordemos la famosa y
documentada hazaña de los habitantes del pueblo de Alagón, que en las
proximidades de la Navidad interceptaron y se apoderaron de un cargamento de
salmones que venían desde Navarra acondicionados por las nieves fáciles de
encontrar en aquella época del año en el camino, para suministro de las
despensas de las más nobles familias zaragozanas. Enterado del hecho el
corregidor del Rey, determinó por aplicar un ejemplar escarmiento a los autores
del delito obligándoles a pagar un doblón por cada salmón robado. En
investigaciones no lejanas se encontraron fincas grabas con censos destinados a
devolver el préstamo al que algunas familias tuvieron que acudir para pagar la
multa.
FINAL DE LA CENA.
Sustitutivo del pescado o como tercer plato de la cena aparecía el pavo, en las
casas pudientes aderezado con trufas, costumbre más francesa que española, pues
a pesar de la fertilidad que las tierras aragonesas mostraban con este hongo,
la prohibición de consumirlo impuesta por la Inquisición había dejado
prácticamente en el olvido la singularidad y calidad gastronómica de este
complemento culinario. Más usual era servir capones o pulardas y en las mesas
más humildes junto con uno de los platos más representativos de nuestra cocina,
él pollo a la chilindrón.
Los postres y dulces eran quizás
la parte más importante de la cena, pues debían de aglutinar a los asistentes
en la tertulia y los cánticos navideños hasta antes y después de la misa del
gallo. En el Alto Aragón se consumían las empanadas y empanadones de calabaza o
espinacas endulzadas con azúcar, pasas o miel. El turrón es, sin duda, uno de
los principales componentes de las comidas de Navidad. De su origen morisco aún
conservamos los componentes y las formas en su elaboración. Se considera
típicamente aragonés el guirlache, elaborado con almendra, azúcar y miel,
aunque en el siglo XIX ya se consumían el blando y el duro procedente de
tierras alicantinas.
Un producto particularmente
curioso eran las obleas, muy consumidas en tiempos pasados y que podemos
considerar antecedentes de las neulas, pastas que más en Cataluña que en Aragón
son golosina navideña.
Nuevamente es el doctor Beltrán
el que nos ha dejado constancia de este villancico que se cantaba en Lécera
para la Navidad:
Y dice Melchor / castañitas,
pestiños, sonajas / almendras, confites / pasas y turrón.
Y estos salmos del Alto Aragón se
recitaban al tiempo de estigmatizar el tronco o tronca con las tres cruces que
el amo de la casa trazaba con el vino del porrón. La tronca era un grueso leño
que en las casas del Pirineo se encendía la noche de Navidad, manteniendo
ardiente el calibo hasta la Candelaria o incluso hasta el equinoccio de
primavera, con el fin de ahuyentar los males que, como de todos es sabido,
entraban por la chimenea o por la puerta de la casa, también sacralizada con
las cruces. Buen tizón, buen vino, buena casa, buena brasa/ Dios bendiga a
todos los que vivimos en esta casa. Era costumbre en Nochebuena que los niños
pegasen golpes a la tronca para que cayesen dulces, pilongas, higos secos,
pasas y almendras, que la abuela o el abuelo sacaba disimuladamente de un
capazo vecino.
Entrados en los años cincuenta y
sesenta del pasado siglo, encontramos que en los hogares aragoneses se
continuaba degustando prácticamente los mismos manjares y guisos que comían los
antepasados, lo que nos permite decir que la cena de Navidad de hace 70 años
consistía fundamentalmente en cardo, o sopa roya, besugo, pularda, capón y de
postre turrones y frutos secos, con el fin de facilitar el buen beber y mejor
cantar, así como higos, pasas, dulces y golosinas.
Y a propósito de beber y cantar,
decir que salvo el tradicional ponche o poncho del Alto Aragón, elaborado para
consumirlo junto a la tronca de Navidad, con vino tinto en el que se han cocido
a fuego lento, sin ebullición, trozos de manzana, higos secos, membrillos
asados al horno, orejones de melocotón, pasas, canela, azúcar y licor de anís,
quemando parte del alcohol antes de consumirlo, no encontramos una bebida
típica que distinga las cenas navideñas aragonesas. Vinos tintos, blancos y
claretes en la cena y vinos dulces y licores en los postres. Los champanes,
cavas, espumosos y sidras dulces o secas se convierten en bebidas casi
exclusivamente navideñas en muchos hogares aragoneses des de hace relativamente
poco tiempo.
MÁS VARIEDAD. Hoy nos
encontramos que en las cenas navideñas se ha introducido el marisco y un surtido
mucho más amplio de pescados, así como los fiambres de cerdo o ternera, y el
ternasco. Los turrones han multiplicado sus sabores, texturas y especialidades
dejando el guirlache paso a los mazapanes, pastas de chocolate y otras muchas
variantes, como el tronco de Navidad realizado con bizcocho de chocolate y
nata, y decorado como un tronco de árbol, recuerdo de la tronca de la que antes
hablábamos.
Es digno resaltar como cada vez
es mayor el número de familias que se reúnen a celebrar la cena de Navidad, la
más hogareña sin duda de todo el año, en un restaurante.
'Fiesta donde se pasa, la Navidad
en casa' era un dicho muy extendido en el Alto Aragón, pero es seguramente el
deseo de que todos participen por igual de la cena y la compañía de familiares
y amigos sin que ninguna o ninguno tenga que entrar y salir del comedor para
los obligados servicios de mesa y mantel, lo que está prodigando esta nueva
costumbre.
TRES CURIOSIDADES
Villancicos. No se tiene
noticia de la existencia de villancicos (canción de villanos, o sea, del
pueblo) propiamente aragoneses, solamente se cita el que se cantaba en 1966 con
aire de jota: 'De esplendor se visten los aires'.
Calendario. En el año 1350
Pedro IV Rey de Aragón emitió una pragmática por la que se determinaba que el
año que hasta la fecha comenzaba 'ab encarnacione', es decir, el 21 de marzo
(equinoccio de primavera), lo hiciese en la Natividad, es decir, el 21 de
diciembre, solsticio de invierno. Posteriormente, Felipe II estableció que el
inicio del año fuese a primeros de enero.
Tragones.
Tenemos noticia de una cena de Navidad, en el año 1267, en la que se dio buena
cuenta, no sabemos entre cuantos comensales, de: 31 carneros, 350 huevos, 30
pares de conejos, 36 parel de capones, 5 pares de ocas, 12 pares de perdices, 5
cuarterones de pan, 228 cuartos de vino, 10 sueldos para oblea, curiosa nota
sobre la composición de la única parte dulce de la cena.