(La columna de Carlos Maribona en el XLSemanal del 6 de octubre de 2019)
Uno de los productos que más llaman la atención de cualquier español que
visita Perú es el cuy. Un pequeño roedor que en España conocemos como
conejillo de Indias. Que alguien se pueda comer un animalito que por
estos lares se emplea como mascota causa un cierto estupor entre los
viajeros europeos, que sin embargo pasan por alto su utilización en
laboratorios. De hecho, ‘cobaya’ es otro de los nombres con el que se
conoce. Sin embargo, el cuy se come en los Andes y en otras zonas de lo
que ahora es Perú desde hace 2500 años. En las zonas rurales se siguen
criando en las casas como animales domésticos. Aquí lo hacemos con las
gallinas. Lo cierto es que, al margen de prejuicios culturales, su carne
es tierna y sabrosa. Se suelen preparar fritos, abiertos por la mitad.
Si les da mucho repelús, piensen en nuestros cochinillos. De hecho, en
esa elaboración la piel queda muy crujiente, como ocurre con los
lechones asados en hornos castellanos. En los restaurantes de Cuzco,
puerta de entrada a las mágicas ruinas de Machu Picchu, o en las
populares picanterías de Arequipa, una de las ciudades más bonitas de
aquel país (y donde mejor se come), podrán tomar estos cuys. También
algunos de los primeros espadas de la cocina peruana suelen incluirlos
en sus menús de los mejores restaurantes de Lima. Si tienen oportunidad,
superen sus recelos y pruébenlos. Vale la pena.
lunes, 29 de junio de 2020
viernes, 26 de junio de 2020
Descubre cómo cuidar tu flora intestinal
(Un texto de A. Paris en la revista Mujer de Hoy del 28 de septiembre de 2019)
Fibra. Necesitas 30 g de fibra soluble al día para equilibrar tu microbiota.
La alcachofa, el plátano y la cebolla te aportan inulina, pero también
encontrarás fibra soluble interesante en la manzana, los higos, las
ciruelas, la zanahoria, las crucíferas, el centeno, la avena y el lino.
Almidón. Los boniatos, las legumbres, el arroz largo y la avena, una vez cocinados y refrigerados 24 horas, transforman su almidón en almidón resistente que funciona como probiótico. Eso sí, recaliéntalos a menos de 140 ºC. Polifenoles. Comerlos aumenta la diversidad de las bacterias y ayuda a liberar sustancias antioxidantes y antiinflamatorias. Búscalos en el té, el cacao, el tomate, el ajo, la remolacha, la granada, los cítricos y el aceite de oliva virgen extra.
Los xenobióticos son sustancias tóxicas que se encuentran en pesticidas, plásticos... Cuando llegan al intestino, las bacterias firmicutes se encargan de ellos. Pero, desafortunadamente, esa cepa de bacterias también incrementa el riesgo de obesidad, por lo que no es bueno que prolifere. Para evitarlo, reduce tu contacto con plásticos y consume vegetales ecológicos. Descubre más en el libro Cuídate (Grijalbo)
Para mimar tu intestino debes cuidar tu flora
intestinal. Descubre quiénes son sus principales aliados en la dieta,
para que nuca te falten.
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martes, 23 de junio de 2020
¿Platos 'a la catalana'?
(Un artículo de Francisco Abad Alegría en el Heraldo de
Aragón del 8 de febrero de 2014)
Ahora que incluso sesudos profesores
se arriesgan a decir que la cocina catalana tiene identidad propia desde hace muchos
siglos, quedémonos en algo más humilde: la denominación regional que se impuso
para muchos platos de finales del siglo XIX a mediados del XX.
Lladonosa (1992), responsable de la reinvención
de recetas clásicas del 'Sent Soví’ adaptadas al tiempo actual, parece
muy partidario de la existencia de una exclusiva cocina catalana desde finales del
siglo XIV, basándose en la edición que De Grewe hace del texto citado; también se
nutre del cocinero Ruperto de Nola, como se sabe servidor del rey aragonés de Nápoles,
entendiendo de un modo bastante discutible eso de la catalanidad. Si revisamos
textos contemporáneos al 'Sent Soví’o ligeramente posteriores de la cocina europea,
básicamente francesa e italiana, la pretensión de catalanidad casi exclusiva se
mantiene difícilmente. Pero en todo caso lo importante es de qué modo se ve desde
finales del siglo XX la identidad de lo catalán en la cocina. Dice Lladonosa en
la introducción de su enciclopédico trabajo 'El gran libro de la cocina
catalana' que son cuatro los rasgos que distinguen a la cocina catalana: «el
sofregit, la picada, la sanfaina y el alioli». Añade que, en todo caso, si
hubiera que triar de estos cuatro los dos fundamentales, estos serían el
sofregit y la picada. El sofregit o sofrito es la clásica confitura en aceite de
tomate con cebolla y la picada un majado de ajos, frutos secos, hierbas y
especias, que se incorpora al final de la preparación culinaria; sanfaina y
tumbet difieren casi exclusivamente en el número de componentes y alioli se llama
ajolio y es el padre de la mahonesa. No habrá que insistir en que realmente la
difusión de tales modos culinarios es bastante más amplia que la estricta
demarcación catalana; abarca históricamente a territorios amplios de Aragón, Andalucía
y las Baleares, por ejemplo.
El escritor Josep Pla (1997) aporta fuerza
a estas afirmaciones de Lladonosa desde su peculiar punto de vista, explicando
cómo el sofrito de tomate impregna toda la cocina rural catalana de forma
contundente e inequívocamente hostil: «Los payeses hace muchos siglos que comen
mal. Su cocina está fundamentada en frituras con tomate. A los pocos días
resulta incomestible… la gente de campo tiene la manía ancestral de freírlo
todo con tomate... el tomate es su requisito». Se despacha en contra del sofrito,
sobreabundando y dándonos una pista adicional motivada por su personal aversión
al tomate: «Lo quieren (los payeses) todo frito: frito a la cazuela, con una gran
cantidad de tomate, salsa que después de haber estado un rato al fuego,
adquiere un tono dulzón ligeramente agrio y ácido -el acido oxálico- que
destruye el resto del plato y origina una posición de desequilibrio imperante».
Tendríamos así una pista adicional para
la confección 'a la catalana': el sofrito, sí, y sobre cazuela de barro, no en
sartén, olla o caldero. No en vano en muchas zonas aragonesas y en otras partes
de España se denomina o denominaba 'catalana' a la cazuela clásica de barro, quizá
aludiendo a la cerámica de La Bisbal y sus derivaciones o a su uso masivo en la
tierra de Ausías March. Así que ya tenemos un rasgo mayor propio de la cocina
catalana, el sofrito, y un par de signos adicionales: el empleo preferente de
cazuela de barro y la picada.
VARIACIONES Y ADICIONES. Revisando
un repertorio moderno ecléctico de cocina, de gran amplitud y recopilatorio (López,
1993), nos encontramos con que cinco sobre quince recetas apellidadas 'a la
catalana' incluyen butifarra y otros embutidos. El mismo Lladonosa (1992)
incorpora estos productos de chacinería a dos de sus doce recetas 'a la catalana'.
Así que una acepción adicional, más que típicamente catalana, específicamente
'a la catalana', es la del añadido de butifarra y otros productos del cerdo.
Sumaríamos así los rasgos englobadores de 'a la catalana': sofrito, picada,
butifarra y cazuela de barro.
En un seguimiento muestral de registros
culinarios 'a la catalana' vemos cómo en el libro del aragonés Altamiras,
ejemplo válido de repertorios del siglo XVIII, no se cita ni un solo plato 'a
la catalana' ni 'a la nada'; no hay referencias regionales en las recetas. No
vemos ni una vez 'a la catalana' en dos repertorios del tercer tercio del siglo
XIX (Giménez, 1871; Muro,1893) y sí una única referencia en una antología
culinaria de 1882 (anónimo, 'La cocinera del campo y la ciudad'). Así que la
denominación 'a la catalana', como otras referencias regionales en la
denominación de fórmulas culinarias, es un producto tardío, de finales del siglo
XIX.
No se encuentra pimentón en ningún
plato genuinamente catalán ni en las chacinas catalanas. Otras veces se ha
mencionado cómo el pimentón fue proscrito de la cocina y específicamente de la chacinería
catalana por nacer como producto de elaboración masiva justo antes de las
Guerras Carlistas, a cuyo término se comenzó a delinear con nitidez lo identitario
catalán frente a lo común español. Pero algunas preparaciones apellidadas 'a la
catalana' incluyen el rojo polvo. ¿Qué significa esto?
El repertorio de platos 'a la catalana'
que recoge en su libro Lladonosa totaliza 12 preparaciones y ni una de ellas
incluye el pimentón. De ello se podría concluir que este es absolutamente extraño
a la cocina catalana. O como diría el gerundense Fábrega (I985) hablando del chorizo,
que resulta en Cataluña «totalmente extraño y tan exótico como en Francia el
merguez norteafricano», lo que viene a decir por el tenor de su prosa, que el pimentón
y la cocina catalana se extrañan recíprocamente.
sábado, 20 de junio de 2020
Conservar las verduras en la nevera
(Un texto de A. Paris en la revista Mujer de Hoy del 29 de
noviembre de 2014)
La forma de conservar los alimentos no solo afecta a su
fecha de caducidad, sino también a su valor nutricional. ¿Quieres saber si lo
estás haciendo bien?
- Espárragos: son la mejor forma de almacenarlos
es plantarlos como un ramo en un recipiente con un poco de agua dentro de la
nevera. Eso sí, cómelos en cuatro días.
- Zanahorias: las que toma Bugs Bunny, con su
largo tallo verde… pierden vitaminas. Corta ese tallo y guárdalas envueltas en
papel film dentro de la nevera. Si las conservas así, te durarán dos semanas.
- Apio: envuélvelo en papel de aluminio, no
en plástico, mételo en la nevera y cómelo antes de 15 días.
- Alcachofas: si las conservas con los tallos a remojo
en la nevera, conservan sus vitaminas ocho días.
- Acelgas: úsalas en tres días, si están en la
nevera; y en seis, si las envuelves en un paño húmedo.
Cada una, en su sitio
Las frutas y las verduras son muy
sanas, pero no se llevan bien. Así que recuerda que no debes almacenarlas
nunca juntas. ¿Por qué? Porque muchas frutas producen gas etileno,
que actúa como una hormona de la maduración y puede acelerar el deterioro de
sus compañeras. Además, no las laves hasta que no las vayas a consumir.
Ese chapuzón favorece el crecimiento de bacterias.
miércoles, 17 de junio de 2020
Grandes inventos: el sacacorchos
(Un
texto de Jessica Nieto en el dominical de El Mundo del 23 de marzo de 2014)
Surgió
en el siglo XVII como un utensilio cosmético: las damas de la época lo
utilizaban para abrir pequeños frascos de perfume y loción. En 1795 Samuel
Henshall presentó la primera patente y se produjo un boom en todo el
mundo. Es uno de los inventos que más diseños ha registrado en sus 300 años de
historia. Se estima que en la actualidad hay más de 50.000 modelos diferentes.
Origen cosmético
Aunque
en la actualidad su
uso se relaciona
exclusivamente con el mundo del vino, lo cierto es que el primer sacacorchos
surgió en el siglo XVII como un utensilio de belleza:
se utilizaba para extraer los tapones de pequeños frascos de perfumes, lociones
y preparados farmacéuticos de
cosmética. Estos primeros modelos eran de bolsillo y las damas de la época los
llevaban en sus bolsos para retocarse.
Un gran aliado
Hasta el XVIII el vino se transportaba en barriles
y vasijas artesanales,
lo que reducía su
conservación. A mediados de siglo aparecieron las botellas alargadas y verdes
de vidrio soplado, que se cerraban con un corcho. Este nuevo diseño permitía
almacenamiento en horizontal, que ayudaba a evitar que el contenido se
estropease. De esta forma nace el
comercio del vino.
A partir de ese momento, la evolución del sacacorchos se centra en el
desarrollo del método más cómodo para realizar la operación de apertura, es
decir, en el perfeccionamiento del mango y
del sistema metálico. "Fue en este momento cuando el invento comienza a adquirir una mayor repercusión",
afirma Paolo Annoni, director del Museo del Sacacorchos de Barolo (Piamonte,
Italia).
Gran variedad
En 1795
el clérigo inglés Samuel Henshall (1765·1807) presentó la primera patente de
sacacorchos y a comienzos del siglo XIX tuvo
lugar un boom en todo el
mundo: inventores procedentes
de Francia, Canadá y Estados Unidos diseñaron sus
propios modelos: solo en Inglaterra se contabilizaron hasta 400 distintos. A lo
largo de sus 300 años de historia, este ha sido uno de los inventos que más
patentes ha registrado. Se calcula que en la actualidad hay unos 50.000 modelos
diferentes: de mecanismo simple, de tornillo, monomando, dos palancas, de mayor
tamaño para descorchar barriles… Y
cada uno está determinado
por las preferencias de cada país relacionadas con la bebida. Por ejemplo, en
Francia se diseñó uno especifico para descorchar botellas de champán sin que perdiera
su efervescencia.
Paralelamente
al desarrollo técnico, tiene lugar una estilización. "Junto a los modelos
tradicionales de madera, latón o hierro, también se empiezan a fabricar en oro,
plata, marfil, nácar e incluso con piedras preciosas y elementos decorativos", añade Annoni. Con su evolución,
surgieron también los accesorios, como cuchillas o escobillas para limpiar las
botellas.
El
español Jacinto Presa Eguren decide en 1995 diseñar una herramienta rápida y
fácil de usar para ayudar a su mujer en la tarea de descorchar una botella. Lo
llamó el Sacacorchos Perfecto (www.elsacacorchosperfecto.com) y consiguió, en el año 2000, la medalla de oro en el Salón Internacional de Inventos de Ginebra (Suiza), el más importante del mundo en este sector. "Disfruto con
el hecho de inventar", afirma su creador. En la actualidad, se vende en
más de 40 países de todo el mundo.
El sacacorchos de Eguren está basado en
el sistema que
utilizan las perforadoras terrestres en busca de
acuíferos subterráneos. En solo dos movimientos permite extraer el corcho de lo
botella, sin romperlo ni desmigarlo.
Evolución
La primera
referencia textual del
sacacorchos procede de Inglaterra y se encuentra
en el Tratado de la Sidra (James Worligge, 1676). Técnicamente, no se
trataba de un sacacorchos como tal, sino de "un tornillo de acero de punta
enroscada utilizado para extraer los tapones de los botellas", similar al
que empleaban los soldados para limpiar las armas de fuego.
La patente de
Henshau tenía forma
de T, incluía una arandela que hacía de tope y un pequeño
cepillo para quitar los restos de corcho de la botella. Durante
el siglo XIX el descorche del vino se convierte
en una práctica habitual en toda la sociedad y el sacacorchos en una herramienta muy popular. Incluso los soldados del
ejército llevaban uno en su mochila.
A comienzos del
siglo XIX aparece
el de palanca, que reducía el esfuerzo empleado en la extracción del corcho. Basándose
en él, Joseph Haynes diseña en
1844 un modelo
destinado a restaurantes y donde la apertura de botellas es una operación que
se repite muchas veces. Se conoce como sacacorchos de camarero y continúa vigente hoy día.
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