(La columna de Martin
Ferrand en el XLSemanal del 3 de agosto de 2008)
Además de ser el punto geográfico desde el que Hernán Cortés
emprendió la conquista de México, Tabasco es una marca registrada - ¿la única?-
que figura en el DRAE. Es el nombre de una salsa elaborada a base de chiles rojos
macerados en vinagre con sal, especias y azúcar. Sus mínimas botellitas, universalmente
conocidas, han alegrado más de una salsa ñoña e insulsa y, cuando ha hecho
falta, realzado el escaso sabor de algún guiso deslavazado.
Jean-François Revel, uno de los grandes apóstoles de la
lucha contra el totalitarismo y de los más notables intelectuales de la segunda
mitad del XX, cita el tabasco en sus muy interesantes y aleccionadoras Memorias. En sus años mozos, Revel fue
profesor del Instituto Francés de México y allí conoció al inventor de tan
famosa salsa que, dice, «sirve para dar sabor a los bloody mary y al guacamole (puré
de aguacate)».
Se trata de Clemente Jacques, descendiente de emigrantes galos
que, originarios de los Bajos Alpes, se hicieron mexicanos y pastores de ovejas.
Cuenta Revel: «Le di clases a su hijo y en contrapartida recibí suficiente tabasco.
para condimentar, si lo hubiera querido, todo el lago de Chapala».
En sus orígenes, las botellitas de tan afamado picante lucían
una inscripción provocadora: «¡Ésta sí que pica!»; pero, después, pasó a manos de
una potente multinacional, la que hoy la comercializa. Y, aunque mantuvo el
primitivo diseño, le quitó el eslogan, una lástima porque era un reto singular
para paladares recios y arriesgados. A Revel, por cierto, le encantaba el
bloody mary (vodka, jugo de tomate, Tabasco -algunos prefieren Perrins-, sal,
pimienta y zumo de limón), y lo frecuentaba.
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