(Un texto de Francisco
Abad Alegría en el suplemento gastronómico del Heraldo de Aragón del 11 de
octubre de 2014)
Malik cocinaba para un sultán
siempre ávido de carne; un día ideó para su amo una receta de picadillo de carnero
con huevo, muy especiado y amasado en forma de bolitas, luego fritas. Había
inventado las albóndigas.
[Esta historia] es casi falsa
porque el refinamiento de la carne picada moldeada en forma de bolitas era
plato de clases sociales altas y no recurso económico de los menos pudientes
para aprovechar o alargar carnes de inferior categoría, en que han parado las
albóndigas. Sin embargo una esmerada confección y buena materia prima pueden
hacer de ellas un magnífico recurso gastronómico.
Vieja fórmula, sin duda. Haciéndose
parcialmente eco de recetas anteriores, Marco Gavia Apicio ya recoge en la
imperial Roma algunas recetas de albóndigas. Cita las que se hacen con carnes
de vacuno, pollo, pavo real, conejo y cerdo. La masa está hecha de carne finamente
picada, mezclada con miga de pan leudo humedecido y diversas especias; el
procedimiento de elaboración más habitual es hervirlas en agua salada y
ocasionalmente especiada, hasta que están tiernas y tienden a flotar, más o menos
como es frecuente en Centroeuropa en la actualidad. Recoge también una fórmula
de idéntica elaboración pero que añade el refinamiento del embutido de las
albóndigas en tripa de cerdo, dejándolas holgadas, para luego asar el conjunto.
Como se ve, más de 20 siglos de tradición y además de alta cocina, avalan la tradición
de nuestras protagonistas.
Los documentos sobre alimentación en
la España andalusí de los siglos XII-XIII incluyen fórmulas de albóndigas
(al-banadiq) y un dato curioso: entre las clases populares, era mucho más frecuente
comprar las albóndigas ya hechas (en molde) y fritas en el mercado que
prepararlas en casa. Ibn Razin al-Tubigí alude a una receta de albóndigas hecha
con carne picada, especiada, mezclada con clara de huevo, moldeada en
moldecitos de madera y luego hervida en agua salada. El anónimo almohade del siglo
XIII traducido por Ambrosio Huici Miranda cita una fórmula similar, con añadido
de ajo, que ya se fríe como es usual actualmente, haciendo después una salsita
con el aceite, algo de vinagre, ajo y huevo batido para espesar.
Dentro ya de la tradición
hispánica, en la que la segregación de Portugal resulta fenómeno histórico tardío,
el libro de cocina de la infanta María de Portugal (siglo XVI) recoge una
receta, regia, de albóndigas hechas de carne picada de cerdo o carnero, con añadido
de huevo batido y algo de harina para trabar y aligerar, que se fríen en manteca
y sirven en un caldo grueso con sustancia y bien especiado.
COCIDAS EN CALDO.
A principios del siglo siguiente, Hernández
de Maceras se refiere al «modo de hacer albondiguillas» en su compendio de cocina
de Colegio Mayor, con carne picada unida a huevos batidos, miga de pan humedecida,
tocino picado, ajo, alguna hoja verde (espinaca) y especias, que se cuecen en
caldo, «que no sea de cocido» para no alterar el sabor final, en lugar de
freírlas y se pueden servir después con algo del mismo caldo espesado con huevo
batido.
El cocinero real Francisco Martínez
Montiño, del mismo siglo, da la receta de albóndigas clásicas también cocidas
en caldo y trae noticia de las «albondiguillas de borraja», en las que la verdura
de la cuenca del Ebro, cocida, picada, adicionada de pan rallado y yemas de
huevo se monta en forma de bolitas que deben cocer en caldo de garbanzos. Es
interesante la referencia porque da fe en primer lugar del empleo tradicional
de la borraja y sobre todo de lo populares que resultan las albóndigas como
forma culinaria, que ya salta del estricto origen cárnico. Por ejemplo, las «albondiguillas
castellanas» del mismo autor aúnan la carne picada con verduras cocidas y
también picadas, junto con cebolla previamente rendida, huevos y especias;
advierte el cocinero que la verdura debe ser dominante sobre la carne y que la
elaboración es por cocción en caldo.
Nuestro Altamiras enumera a mediados
del siglo XVIII recetas de albóndigas de carnero, que deben cocer en caldo hecho
con los restos óseos de las piezas cárnicas y de las «almóndigas repentinas» hechas
del modo tradicional pero que toman su nombre de «repentinas» porque se hacen con
rapidez, friéndolas en manteca en lugar de someterlas a cocción prolongada en
caldo, y que se sirven espolvoreadas de azúcar y canela.
El libro de cocina de las casas jesuíticas,
de principios del siglo XIX, recoge una receta de albóndigas clásicas que
incorporan, además de las especias tradicionales. el pan rallado y algo de
perejil y pimiento pulverizado en mortero, en vísperas de la primera elaboración
a gran escala del pimentón en Murcia; tales albóndigas se sirven con una salsa
de agraz batido con yemas, calentada hasta obtener una consistencia semiespesa.
FILETE RUSO COMO EVOLUCIÓN.
Los filetes rusos o bitoques en
cocina internacional no dejan de ser albóndigas grandes aplastadas. La diferencia
fundamental es que suponen raciones más grandes y que su mayor superficie
permite hacerlos a la plancha, a la brasa o fritos, mientras que para las albóndigas
hay que proceder a la cocción o fritura -las albondiguillas ensartadas en
brocheta y hechas a la brasa no pertenecen a la tradición hispánica-. El
invento no es algo reciente y ya se recogen fórmulas en el anónimo almohade del
siglo XIII de Huici Miranda, que se preparan por fritura en aceite y se sirven
con una vinagreta recia, denominándose isfiriya y ahras.
La fórmula se transmite con menos
éxito que las albóndigas propiamente dichas, en forma de pastices (los primeros
pasteles son de carne y no dulces, como es bien conocido) de pequeño tamaño, que
se hacen a fuego lento con manteca y azúcar y luego se acaban de dorar entre
dos fuegos (olla con cobertera y ascuas encima) o se hacen al horno como atestigua
el portugués libro de la infanta María en pleno siglo XVI. La receta, bien
simple, pasa sin pena ni gloria a las cocinas populares sin reflejo en recetarios
importantes, hasta la cocina regeneracionista de postguerra en la que ya desde
mediados de los años 50 se denominan a los filetes rusos «filetes de carne a la
alemana» (¡caramba!). Durante la guerra, en algunos lugares se denominaban a
tales filetes «imperiales» para evitar la cita de Rusia, paradigma en el
pensamiento del momento de todas las maldades antiespañolas, y para enfatizar
la idea de la nueva España.
ALGUNAS INNOVACIONES
En los últimos tiempos han surgido
algunas pequeñas innovaciones en la preparación de las albóndigas, intentando sacarlas
del cliché de comida de remedio en que se encuentra tradicionalmente. Así, se
han patentado las albóndigas rellenas, que se hacen con la tradicional masa
cárnica rellena de pequeñas porciones de jamón picado, de diversos quesos, de
espinacas cocidas o incluso de gambas. También han surgido otras albóndigas de
factura intermedia entre la croqueta y el buñuelo, como las que tienen como
elemento básico la morcilla de arroz o las que aúnan pescados o mariscos con
verduras.
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