(Extraído de un artículo publicado en el suplemento
dominical de El Mundo del 16 de enero de 2011)
[…] Fue Colón, cómo no, el que en su quinto viaje trajo el
chocolate, bebida sagrada y hasta moneda de mayas y aztecas, de la isla de
Guanaja (Honduras) a Europa, allá por 1502. Pero aquel cacao estaba sucio, era
picante y amargo, y no les gustó nada a los Reyes Católicos. Tuvo que ser Hernán
Cortés el que, en 1528, convenciera a Carlos I de que "cuando uno lo bebe,
puede viajar toda una jornada sin cansarse y sin tener necesidad de
alimentarse". Las damas de la corte lo tomaban especiado y en secreto, y
las órdenes religiosas lo bebieron con fruición hasta en misa. Lo de añadir
azúcar se les atribuye a las monjas de un convento de Oaxaca (México) y a los
monjes del Monasterio de Piedra de Zaragoza.
A partir del siglo XIX, con el chocolate presente en toda
Europa y América, otros países toman las riendas de su destino. Se solidifica
por primera vez en Italia (1808); se instala la primera fábrica en Suiza
(1819); surge la primera tableta, elaborada por la empresa Fry and Sons, en
Inglaterra (1847), e italianos y suizos crean los bombones y el chocolate con
leche alrededor de 1875.
Hoy, el típico chocolate español -un litro de leche, 90
gramos de azúcar glas, 70 gramos de cacao en polvo de la mejor calidad, 30 gramos
de harina de trigo ligeramente tostada, vainilla y canela en polvo, según
receta del maestro pastelero Jaume Urgellés- y su inevitable acompañante, los
churros, ha vuelto a cruzar océanos. [En 2010], un empresario egipcio abrió en
El Cairo El Churro, una chocolatería en toda regla. Lo mismo ha hecho otro
japonés, que ha comprado la receta tradicional de la conocida chocolatería
madrileña San Ginés, con la esperanza de que los jóvenes de Tokio se animen a
terminar sus noches o saludar sus mañanas con el típico desayuno español. Claro
que allí los churros tienen forma de corazón, para darle más dulzor al asunto...
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