(La
columna de Martin Ferrand en el XLSemanal del 15 de noviembre de 2009)
Sin
despreciar las de primavera, grandiosas, son las de otoño las reinas de todas
las setas que, para nuestra alegría 'gastrosófica', comemos cada año. […] Amanitas
caesareas -oronjas, según el DRAE- que justifican la pasión que por ellas
sentía Julio César, aunque su verdaderamente devoto fue el emperador Claudio, que,
según cuenta Robert Graves, las hocicaba.
Su
especializadada glotonería le costó la vida porque la malvada Agripina, su
mujer y su sobrina a un mismo tiempo, le añadió a la cazuela en que se las preparaba
una Amanita phalloides -la cicuta
verde que decía Cicerón - y se lo llevó por delante.
Puestos a
amanitas y al Imperio romano digamos, de paso, que Nerón - ahijado y colega de Claudio-
gustaba de comerlas en crudo acompañándolas de dulces uvas de moscatel. […] La amanita
es siempre Un gozo que sólo tiene un inconveniente, su condición tremendamente efímera.
Ninguna otra seta, ni las de su peligrosa familia --desde la muscaria hasta la vaginata-,
mantiene su textura durante tan poco tiempo después de cazarlas... Porque las setas
se cazan y son indigestas, su único inconveniente.
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