(La columna de Martin Ferrand en
el XLSemanal del 29 de mayo de 2011)
Una de
las primeras tertulias literarias que tuvo Madrid la creó Nicolás Fernández de Moratín,
en 1771, en la que entonces era Fonda de San Sebastián, en la calle del mismo nombre,
entre Atocha y la plaza del Ángel. Allí acudían José Cadalso, Gaspar Melchor de
Jovellanos, Francisco de Goya, Juan Meléndez Valdés, Félix María de Samaniego...
y todos los intelectuales de la época de marcado talante liberal.
En ocasiones
solemnes, como la presentación de alguna obra traducida de los grandes europeos
-parece que en la de una de J. J. Rousseau -, el dueño del local, un italiano llamado
Gippini, les preparaba a los reunidos unos huevos estrellados que sorprendieron
a uno de aquellos ilustres contertulios, Tomás de Iriarte, que les dedicó una
fábula que arranca de este modo: «Más allá
de las Islas Filipinas / hay una que ni sé cómo se llama, / ni me importa saberlo,
donde es fama / que jamás hubo casta de gallinas». Según el poema, un buen día llegó
a tan ignota isla un viajero con su propio gallinero y se implantaron los
huevos cocidos. Después «... un habitante / introdujo el comerlos estrellados».
Es la primera
referencia escrita que conozco a una preparación de los huevos con patatas que
muchos creen actual, contemporánea, y que Lucio (Cava Baja, 35), un restaurante
que en Madrid hace las veces de la Plaza Mayor -lugar de encuentro para ver y ser
visto-, los tiene como enseña de la casa. Su versión finolis es la que prepara Iñaki
Camba en Arce (Augusto Figueroa, 32, Madrid): la yema de un huevo, sobre una
cazoleta de patata frita, aderezada con polvo de trufa. Pero que conste, la
cosa empezó con Moratín.
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