martes, 27 de agosto de 2024

La botella original de trinaranjus

 (Leído en Facebook, el 24 de agosto de 2024)

En 1933, Pedro Gras creó la primera botella de Trinaranjus, un recipiente de cristal que, debido a su fragilidad, exigía un manejo especialmente delicado durante el proceso de llenado con la bebida de naranja. A pesar de su diseño poco robusto, la botella continuó en producción hasta 1956, lo cual es sorprendente considerando las dificultades técnicas que presentaba. Este diseño único, aunque frágil, no impidió que Trinaranjus se convirtiera en un éxito rotundo en España, consolidando su posición en el mercado durante décadas.

martes, 20 de agosto de 2024

Aspartamo

(Ni idea de dónde lo he sacado)

El aspartamo es un edulcorante muy poco calórico, unas 200 veces más dulce que el azúcar. Se descubrió totalmente por casualidad, cuando, en 1965, un científico llamado James M. Schlatter estaba investigando un fármaco contra las úlceras. Accidentalmente, se le cayó un poco en la mano. Y, por motivos que no están claros, tuvo la idea de lamerlo. Así, se dio cuenta de que tenía un sabor dulce y que podría tener una aplicación muy diferente a la que él estaba estudiando. Desde entonces se ha convertido en uno de los edulcorantes más usados, hasta el punto de ser el responsable del dulzor del 60% de los productos bajos en calorías del mercado. Sobre todo se encuentra en refrescos light, pero también en chocolates, chicles, helados y mucho más.

martes, 13 de agosto de 2024

Espárragos, la alegría a la mesa

(Un texto de Alejandro Toquero en el Heraldo de Aragón del 2 de abril de 2022

Ya se pueden disfrutar los blancos de temporada en preparaciones más allá de la cocción.

Ya están aquí los espárragos blancos, frescos y de temporada. A principios de marzo se veían algunos en las fruterías, de origen sobre todo extremeño, pero desde hace diez días llegan de la ribera del Ebro. Hasta mediados de mayo se podrán disfrutar los mejores, los más uniformes de tamaño y grosor. Sin duda representan la alegría a la mesa, un homenaje al producto de temporada. Lo habitual es consumirlos cocidos, acompañados de un buen aceite de oliva, una salsa o una vinagreta. Pero hay alternativas. Varios cocineros sugieren cómo trabajarlos sin perder de vista que no desvirtuar el producto.

En cualquier caso, un buen punto de partida es la cocción. El chef Iván Trasobares, de Bodegón Azoque (Casa Jiménez, 6), sugiere dos formas. En la tradicional, después de pelarlos, los cuece con agua, azúcar y mantequilla. «Cuando empieza a hervir se ponen los espárragos, mejor bridados para que no se rompan y se hagan por igual. Transcurridos 13 minutos se apaga el fuego y se dejan en el agua hasta que se enfríen». En la segunda versión, «se pelan y se introducen en una bolsa de vacío a 75 grados al vapor durante 45 minutos». Así quedan tiernos y firmes.

En Bodegón Azoque los suelen ofrecer cocidos y ligeramente pasados por la plancha. Pero Iván Trasobares tiene algunas ideas más. Por una parte, propone elaborar con ellos una crema empleando los tallos. «Se trituran con poca agua y al pasarlos por el colador queda una crema fina; con ella también puede prepararse una espuma». Los tallos pueden acompañar ensaladas o arroces.

La otra versión es la tradicional, cocidos y luego marcados a la plancha para que se atemperen. En este caso, emplea las puntas. Finalmente, sugiere consumirlos en crudo, cortados finos, deshidratados y luego fritos. «Después de pelarlos bien y cortar el tallo, podemos sacar unas tiras finas». Apenas se escaldan cinco segundos y se retiran a agua con hielo. «Luego se estiran en papel de horno, una hora y media a 80 grados, y ya están deshidratados y listos para freír». Así se obtienen unas ‘chips’ de espárragos para acompañar carnes, pescados o ensaladas.

Gabriel Pascu, jefe de cocina de Casa Lac (c/ Mártires,12), comenta que asados al horno «también quedan muy bien». «Si se hacen en casa hay que precalentarlo bien de 200 a 220 grados, ponerlos pelados en la bandeja con un chono de aceite y dejarlos 12 minutos». Cuando están templados pueden comerse aliñados con aceite de oliva virgen extra y escamas de sal. «La textura es diferente a la del espárrago cocido, ya que no queda tan blando; al morder roncha un poco, por dentro se deshace y tiene más sabor», dice.

No es habitual comerlos en crudo, como si fuera un carpaccio, cortados en finas láminas que quedarán mejor si las hacemos con un corta fiambres. «En este caso apenas se blanquean un minuto para quitar el amargor», explica Gabriel. Una vinagreta de mostaza con verduras aliñadas con aceite, escamas de sal y unos pistachos triturados son buenas alternativas.

Este cocinero también hace una precocción de cuatro o cinco minutos y luego los enfría rápido. «A continuación, los termino en la plancha, vuelta y vuelta, con un poco de mantequilla o aceite hasta que cogen color; con unas huevas de trucha o jamón picado están buenísimos».

El restaurante Rodi (ctra. Pedrola-Tabuenca, 7. Fuendejalón) ofrece más posibilidades. En su cocina se trabaja el pastel de espárragos como primer plato, un clásico que las hermanas Mari Carmen y Blanca Rodríguez llevan preparando «toda la vida». También sugieren hacer una crema acompañados de jamón y pan frito. La receta es sencilla. Se quita y reserva la parte dura del tallo de los espárragos. Se pica una cebolla de Fuentes de Ebro y se sofríe con los tallos y una pizca de sal antes de añadir agua y cocerlos.

En otro recipiente hay que poner un poco de aceite con una cucharadita de harina de maíz y freír sin llegar a dorar. Una vez cocidos los tallos, se trituran y se cuela el caldo en el recipiente de la harina. Se espesa y se sirve con unos costrones de pan frito y jamón.

martes, 6 de agosto de 2024

Del ánfora al “huevo”

(Un texto de Alfredo Maluenda en suplemento gastronómico del Heraldo de Aragón del 2 de abril de 2022)

Las barricas son y serán instrumentos básicos en la crianza, aunque en los últimos años han surgido nuevos depósitos y se han recuperado otros de antaño.

No hay una única forma de hacer vino. Ni dos vinos similares aunque los caminos que recorran entre los respectivos viñedos y copas sean parecidos. El trato a la uva antes y durante la vendimia, la forma de extraer el mosto o el tiempo que se le dedica a la fermentación y crianza determinan el carácter que la bebida tendrá una vez llegue a la boca. Influye, y mucho, el material en el que se acomete cada proceso. Y en los últimos años, ya sea por el empuje del mercado o por las ganas de los productores de experimentar y lanzar referencias algo distintas, vienen asomando depósitos distintos y que puntualmente sustituyen a las barricas. ¡Ojo! Esto no implica que la madera vaya a perder peso en el sector. Solo ocurre que, en algunas bodegas, los clásicos toneles comparten espacio con ‘huevos' de dos metros o con esferas de cerámica. Pero también recuperan su brillo pasado las tinajas de terracota o las damajuanas de cristal. Cada uno de estos 'cacharros' tiene su aportación particular y con ellos se consiguen vinos diferentes... hasta cierto punto. El resto está en manos de los enólogos y del resto de profesionales que intervienen en el proceso.

Quizá los recipientes más llamativos y que más ruido están haciendo en la actualidad son los ‘huevos'. Pueden ser de cemento o de un plástico evolucionado. «Con ellos se busca una crianza que no aporte el gusto a madera. Además, permiten un mayor control del proceso», indica Juanma Gonzalvo, enólogo de la cooperativa Santo Tomás de Aquino, en Daroca, que además de sus vinos más clásicos está inmersa en la producción de referencias «distintas». En la cooperativa, donde mandan los depósitos de hormigón instalados en 1960 y el acero inoxidable de principios de este siglo, emplean los huevos de plástico para sus vinos de gama más alta. «Con ellos se actúa sobre partidas más pequeñas y a las que, de alguna forma, quieres dar un valor añadido», concreta el elaborador. Estos depósitos ovoides también pueden ser de cemento y estar o no recubiertos. Gracias a su forma, permiten un movimiento natural de las lías en el interior.

Para Fernando Mora, de Bodegas Frontonio (Alpartir), la clave, lo fundamental, «es el grosor, ya que determinará la microoxigenación del vino». En cualquier caso, las de cemento protegerán el contenido de las temperaturas externas mejor que las de plástico.

Igual de llamativas, aunque menos comunes, son las esferas cerámicas, conocidas por el nombre comercial más extendido, 'Clayver'. «Se caracterizan por ser especialmente herméticas y se emplean para vinos en evolución muy lenta», valora Mora. Las bodegas San Alejandro y Frontonio las utilizan en su proyecto conjunto de los vinos Cuevas de Arom.

Frente a ese aspecto espacial de huevos y esferas surge la tendencia de volver al pasado. Hasta el origen del vino. En este sentido, varias bodegas, sobre todo las de tamaño más modesto, vienen recuperando unos depósitos tan llamativos y que enlazan tanto con la tradición como las ánforas de terracota, a las que recurren, entre otras bodegas, Libre y Salvaje (Almonacid). «Las tinajas te favorecen un tipo de crianza oxidativa, paulatina, que no aporta un golpe de oxígeno. Y permiten una crianza como en la barrica, pero sin el aporte de madera. Nosotros buscamos vinos con la fruta muy presente, en primer plano, y en ese sentido nos vienen genial», señala Ignacio, uno de los impulsores del proyecto.

En Libre y Salvaje llevan casi cinco años experimentando con ellas: «Queríamos un vino que se saliese de lo habitual y eso implica hacer pruebas y volver a métodos tradicionales», cuenta el productor. Además, las tinajas comparten beneficio con los 'huevos': «Su forma facilita un movimiento natural de las lías que te evita hacer un bastoneo».

El cristal, para sorpresa de propios y extraños, también encuentra su acomodo en la crianza. Las damajuanas son elementos de antaño que se están recuperando para obtener resultados experimentales. «Las más grandes tienen una capacidad pequeña, de 54 litros. En estos contenedores de vidrio se hace la crianza de vinos rancios», apunta Fernando Mora, el único aragonés con el título de 'Master of wine'. En Aragón, un productor que las usa es Víctor Clavería, quien envejece su Zinca d'Oro a la intemperie «durante cuarenta días y cuarenta noches, aproximadamente». Con ello consigue «un vino con tonos dorados que recuerda a los vinos del Marco de Jerez y que, pese al sol, no corren el riesgo de picarse».

Paradójicamente, hay otra alternativa a la madera que es... más madera. Se trata de las foudres, unos «toneles de gran capacidad, de entre mil y 10.000 litros», en los que el vino tiene menos contacto con las paredes, por lo que los sabores tostados y a la propia madera serán menores. «El grosor es mayor que en el caso de las barricas habituales, por lo que la microoxigenación es bastante inferior apunta Mora, esto hace que el vino evolucione más despacio». Por contra, su precio es muy superior al de las barricas. Y aunque sean mucho más comunes que sus compañeros de reportaje, no se deben pasar por alto los depósitos de hormigón, tanto aéreos (esto es, por encima del nivel del suelo) como subterráneos, menos utilizados pero muy habituales en las cooperativas y bodegas hasta hace no demasiado.
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