(La columna de Martín
Ferrand en el XLSemanal del 21 de marzo de 2010)
Mi muy admirado Fernando
Antonio Nogueira de Seabra Pesséa, más conocido como Fernando Pessoa o por cualquiera
de sus muchos heterónimos, desde Ricardo Reis a Álvaro de Campos, el más grande
poeta portugués del siglo XX, perdió el apetito en África del Sur. Pessoa era
un niño enclenque y enfermizo y, cuando apenas tenía siete años, su padrastro,
cónsul de Portugal, se lo llevó a vivir a Durban, donde, según él mismo nos
contó después, los almuerzos y las cenas se le convirtieron en «dolorosas penas
sin fin y sin consuelo». Únicamente, tal y como cuentan sus biógrafos, cuando
llegaba al Consulado alguna remesa de bacalao, le preparaban a tan singular
alevín de genio un bacalhau dourado
con huevos, patatas y cebolla que comía con cierto entusiasmo. Más por lo que tenía
de símbolo y comunión lusitana, nos contó después, que por el placer de la
mesa.
[…]
No hay comentarios:
Publicar un comentario