(Un texto de María Amaro
en la revista Paisajes de hace unos años)
Desde la alta Edad
Media, el bacalao ha quitado el hambre a Europa y a los primeros pobladores de
Norteamérica. Su sabor no aburre, y sus mil formas de preparación han hecho de
él el rey de la versatilidad culinaria.
"Quien corta el
bacalao es el que maneja el asunto". Esta expresión no es arbitraria,
tiene detrás una larga historia. O si no, que se lo pregu nte n a islandeses y
británicos, cuando en 1976 rompieron relaciones diplomáticas tras la tercera guerra
del bacalao. Una disputa sobre aguas jurisdiccionales y con ambos países como
pretendientes de los caladeros más suculentos.
Su importancia en la
mesa occidental se remonta a la alta Edad Media. Los vascos, pueblo pescador donde
los haya, fueron los primeros en traer seco y salado este pez, desde… ¿quién
sabe dónde? Durante muchos siglos guardaron su secreto como oro en paño. Por aquella
época, los caladeros más concurridos se encontraban en el mar del Norte y al
oeste de Islandia, aguas por las que no se dejaba ver un bacaladero vasco ni por
asomo.
Con el descubrimiento de
América, salió a la luz un importante camino de bancos de bacalao que partía de
Terranova y llegaba hasta las costas de Massachusetts. Las características de
este fondo marino y sus corrientes de aguas calientes, procedentes del golfo de
México, y frías, originarias de la península del Labrador, hacen de esta zona
un lugar ideal para la vida del bacalao. Quedó descubierto así el secreto, tan
bien guardado, de los pescadores vascos.
Desde estas recién
alcanzadas costas de Norteamérica partían cargamentos enteros de bacalao rumbo al
Viejo Continente, de modo que, a mediados del siglo XVI, el 60% del consumo de
este pescado en Europa procedía de aquí. Se comenzó a hablar de la fiebre del
bacalao -a ella se refiere Mark Kurlansky en su libro El bacalao, biografía del pez que cambió el mundo-. Muchos de los
que la sufrían venían aun convalecientes de la decepción que la "fiebre
del oro" había producido. Adam Smith, en su influyente libro La riqueza de las naciones, también hace
referencia a la importancia de este pescado, de quien se dice salvó a los
primeros europeos que poblaron Norteamérica.
Conociendo su historia,
no es de extrañar que quien se disponga, ahora, a “cortar el bacalao" le
pida antes permiso a tan ilustre bocado. Pero de ninguna manera hay que dejar
de hacerlo.
Hay importantes razones
nutricionales para incluirlo dentro de nuestra dieta. Es casi en un 80% pura
proteína, con un escaso contenido en grasas -apenas un 5%-. Y, quizá por su
veteranía en las cazuelas o por su versatilidad, es un pez que permite mil y
una maneras de preparación. En una vuelta por Portugal o el País Vasco se puede
perder la cuenta del número de platos preparados con bacalao. Al pil-pil, a la
llauna o a la vizcaína...
Su presentación seca y
salada facilitó su rápida y activa comercialización, cuando no se había
conseguido aún atrapar el frío en las primeras neveras.
En los países de mayor
tradición católica, como Irlanda o España, era el plato de la Cuaresma. Es el mejor
sustituto de la carne por su importante contenido en proteínas, sin dejar
después esa sensación de hartazgo con la que termina uno tras engullir un buen
filete de ternera. Pero el bacalao llega a los mercados durante todo el año, así
que no hace falta limitar su consumo a determinadas fechas.
Existen pocos manjares
tan suculentos como el de las patatas con bacalao. Su secreto se labró a pie del
fuego en las cocinas más humildes de la España de la postguerra. Aquí, a cámara
lenta y en puchero de barro, se cuece con las patatas después de un fugaz paso
por la sartén. Una vez listo el guiso, se sirve en un mismo plato que ocupa el
centro de la mesa y en el que todo el mundo mete la cuchara. Una tradición que
llega hasta nuestros días. Éstas y otras antiguas recetas hacen de este pescado
una estrella de la cocina más tradicional, lo que no impide la restauración más
experimental, exigente y minimalista.
Hay más de 60 variedades
de peces bajo el nombre de bacalao. Algunos de estos ejemplares pueden alcanzar
dimensiones de casi dos metros de largo y 80 kilos de peso. Una pieza para
conservar en la despensa y asegurar, así, la alimentación de todo un año. Razón
tenía el eslogan en eso de dejar crecer a los pequeñines.
Ensalada de naranja con bacalao
Es costumbre ver el
bacalao servido como entrante (en croquetas), primer plato (dentro del condimento
de un cocido o caldo) o segundo (en filetes rebozados), pero menos común es una
ensalada en la que el pescado sea uno de sus ingredientes. Aquí va una
propuesta en la que hay que buscar a esta camaleónica especie entre gajos de
naranja. Una ensalada muy apetecible cuando los calores hacen de las suyas.
Los ingredientes son:
200 gramos de bacalao dorado, dos naranjas, aceite de oliva, un huevo duro y un
poco de azúcar que suavice la acidez de las naranjas. Su elaboración es
sencilla. El bacalao curado se lamina, sin desalar, y se abrillanta en la
sartén. Aparte, en un plato se raya la cáscara de naranja, y después se trocea.
Ya fuera de la sartén, se desmiga y mezcla con la naranja. Se añaden tres
cucharas de aceite y se adorna con la ralladura de la fruta. Con el huevo duro
como objeto de decoración, el plato queda a gusto del consumidor.
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