(Un texto de Ángel Becerril en el suplemento dominical de El
Mundo del 2 de febrero de 2014)
La historia del mojito navega entre realidad, leyenda,
personajes míticos y anécdotas tan pintorescas como poco verosímiles. Porque,
aunque muchos creen que nació en La Bodeguita del Medio, el diminuto bar del
centro de La Habana, lo cierto es que ya existía antes de que Ernest Hemingway
se acodara por primera vez del cóctel en esta barra y lanzara su célebre frase:
“Mi mojito en La Bodeguita, mi daiquiri en El Floridita”.
Algunos expertos mojitólogos
coinciden en señalar que la primera versión de este cóctel no fue alumbrada
para apaciguar la sed de los estadounidenses que llegaron a Cuba durante la Ley
Seca (1920-1933), sino que vio la luz en el siglo XVI gracias al pirata Richard
Drake (subordinado del famoso Francis Drake), quien concibió una fórmula
genial, en la que el aguardiente de caña (o ron) aporta calor –y el estímulo
para abordar cualquier propósito-, el agua diluye el alcohol, la lima previene
el escorbuto, la hierbabuena refresca y aromatiza, y el azúcar ayuda a tragarse
el mejunje. Dicen que sir Drake lo tomaba después de cada batalla o pillaje,
por prescripción médica. Por eso al mojito primigenio se le conocía como El Drake.
Ya en el siglo XIX, la calidad de este cóctel se benefició
de los avances en la producción de ron. Y mutó de nombre; primero se llamó draquecito, y luego mojito, en
referencia al mojo (jugo de lima y ajo) que añaden los cubanos a sus platos.
Además en los ritos cubanos de origen africano, el mojo es también el “toque
mágico para la creatividad y la gracia”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario