(La columna de Martín
Ferrand en el XLSemanal del 28 de julio de 2009)
Paco Torreblanca, uno de
los mejores reposteros del mundo, ha popularizado el uso del oro como elemento
decorativo en sus pasteles y tartas. También en sus bombones. Pero no es nuevo
ni reciente el afán humano por 'comer oro'. Consta que Justiniano I el Grande,
el último emperador romano y el más grande del Imperio Romano de Oriente, lo
utilizaba en sus banquetes de gran solemnidad en el siglo VI de nuestra Era. Su
esposa, Teodora, actriz de gran influencia en la corte bizantina ordenó que las
aves asadas de la mesa del emperador fueran recubiertas con finísimos paños de
oro, lo que, además de hacerlos parecer una valiosa escultura, tenía, según los
galenos y alquimistas, grandes propiedades terapéuticas y estabilizadoras del ánimo.
En el XII era frecuente recubrir con oro los patés.
Desde finales del siglo
XVI unos holandeses especializados en la fabricación de ginebra, la familia
Vermollen, se trasladaron a Danzig, a orillas del Báltico, y allí prepararon el
Danziger Goldwasser -agua de oro de
Danzig-: un licor dulzón de unos 40 grados que lleva en suspensión mínimas partículas
de oro que le dan un aspecto mayestático. Resulta más común, dentro de la
rareza, el consumo de té con partículas de oro. En Bomec (San Joaquín, 8.
Madrid) venden un té blanco con oro que, dicen, es eficaz contra el
envejecimiento celular. Los chinos siempre creyeron en el oro como fuente de
juventud y en la plata como enemiga de virus y bacterias. También venden un té blanco
con plata. Puede dudarse de su eficacia, pero no de su belleza.
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