(La columna de Carlos Maribona en el XLSemanal del 24 de febrero de 2019)
Pocos aperitivos tan populares como las bravas. Unas simples patatas y
una salsa picante. Así de sencillo, pero también así de complicado.
Porque buena parte de las que encontramos no dan la talla. Patatas
grasientas aderezadas con salsas que recuerdan más a un kétchup
pringoso, alejadas de la versión original y que, para más inri, en
ocasiones apenas pican. Para algunos puristas, las bravas no dejan de
ser una forma de comer barata, pensada para llenar el estómago por poco
dinero. Un colega llegó a calificarlas como «matahambrunas cutre».
No
puedo compartirlo. Una ración de patatas bravas, cuando están bien
hechas, es una de las cosas más apetecibles en una barra. Patatas
primero cocidas y luego fritas en buen aceite de oliva para que queden
tiernas por dentro y doradas y crujientes por fuera. Con una salsa
untuosa que empape bien esas patatas. Y por supuesto con un punto
adecuado de picante, porque de lo contrario no podríamos llamarlas
‘bravas’.
Se atribuye a las tabernas madrileñas su origen. La salsa
original es la que se hace con aceite, mucha cebolla y pimentón picante.
Nunca tomate. En Barcelona y Valencia se añade alioli para suavizarla.
De esa forma las sirven, muy buenas, en el barcelonés Casa Tomás o en
los valencianos Central Bar o Rausell. Y si quieren las genuinas
madrileñas, no dejen de probar las de bares como Alonso o Docamar.
martes, 29 de octubre de 2019
viernes, 25 de octubre de 2019
Tapas gratis: una autotrampa
(La columna de Carlos Maribona en el XLSemanal del 1 de abril de 2019)
En muchas ciudades de España es tradición acompañar las bebidas que se toman en la barra de los bares con una tapa gratuita. Unas sencillas patatas fritas o unas aceitunas, a veces algo más elaborado, pero siempre en pequeñas cantidades. En otros lugares, esas tapas o pinchos se cobran al cliente, que puede elegir entre una amplia variedad. Pero hay puntos en los que la tapa gratuita se sale de lo normal. No por su calidad, sino por su abundancia. El ejemplo más significativo es Granada, donde tomando tres cervezas ya sale uno comido de cualquier bar. Causa vergüenza ajena leer en algunas guías de esa ciudad frases como «en este bar sirven megatapas, por lo que por muy poco dinero habrás comido». Se trata de llenarse. Nada más. Tapas de tamaño descomunal, pero en las que la materia prima y la elaboración dejan mucho que desear. Lo que empezó como un guiño para atraer clientes de bajo poder adquisitivo se ha convertido en una tela de araña de la que los hosteleros granadinos no saben cómo escapar. Visitantes alertados por esas guías y clientes locales exigen esas tapas, y pobre del que no las tenga. Esta es, probablemente, la principal causa del bajo nivel gastronómico que, salvo contadas excepciones, tiene la ciudad. Si se pueden llenar con tres o cuatro tapas gratuitas, para qué van a visitar un restaurante. Un bucle sin salida.
En muchas ciudades de España es tradición acompañar las bebidas que se toman en la barra de los bares con una tapa gratuita. Unas sencillas patatas fritas o unas aceitunas, a veces algo más elaborado, pero siempre en pequeñas cantidades. En otros lugares, esas tapas o pinchos se cobran al cliente, que puede elegir entre una amplia variedad. Pero hay puntos en los que la tapa gratuita se sale de lo normal. No por su calidad, sino por su abundancia. El ejemplo más significativo es Granada, donde tomando tres cervezas ya sale uno comido de cualquier bar. Causa vergüenza ajena leer en algunas guías de esa ciudad frases como «en este bar sirven megatapas, por lo que por muy poco dinero habrás comido». Se trata de llenarse. Nada más. Tapas de tamaño descomunal, pero en las que la materia prima y la elaboración dejan mucho que desear. Lo que empezó como un guiño para atraer clientes de bajo poder adquisitivo se ha convertido en una tela de araña de la que los hosteleros granadinos no saben cómo escapar. Visitantes alertados por esas guías y clientes locales exigen esas tapas, y pobre del que no las tenga. Esta es, probablemente, la principal causa del bajo nivel gastronómico que, salvo contadas excepciones, tiene la ciudad. Si se pueden llenar con tres o cuatro tapas gratuitas, para qué van a visitar un restaurante. Un bucle sin salida.
domingo, 20 de octubre de 2019
El falso recetario de Leonardo Da Vinci
(Un texto de Ana Vega Pérez de Arlucea en el Heraldo de
Aragón del 11 de agosto de 2018)
El supuesto recetario de Leonardo da Vinci, concebido como
una broma editorial hace treinta años, se ha convertido casi en palabra de
santo.
Vayan ustedes a cualquier librería o biblioteca y
busquen en ella el libro 'Notas de cocina de Leonardo da Vinci'. ¿Está? Seguro
que sí, y seguro que impepinablemente estará en la sección de gastronomía. Si
piensan ustedes que dónde va a estar si no, siendo una obra de cocina, o si son
orgullosos dueños de algún ejemplar y aún no le han pillado el truco, siento
decirles que han sido víctimas de una broma. Las notas culinarias del pintor
toscano son más falsas que una moneda de tres euros y no, el genio del Renacimiento
no escribió recetas ni consejos sobre modales. Tampoco inventó las máquinas que
aparecen en las ilustraciones del libro, ingenios basados en bocetos auténticos
de da Vinci pero ideados para usos muy alejados de pelar patas, cortar fiambre
o doblar servilletas.
¿Les he roto el corazón? ¿Se dan cuenta ahora de que
llevan veinte años luciendo el libro en la estantería y creyéndoselo a pies
juntillas? No se ruboricen porque no son los únicos. Resulta increíble la
cantidad de gente que cree en la autenticidad de la obra, desde aficionados a
la historia a admiradores del artista y supuestos expertos. Yo he visto libros
de gastronomía seria que citan las 'Notas de cocina de Leonardo da Vinci' para
decir que el florentino fue el pionero de la 'nouvelle cuisine' o que inventó
el tenedor, y el mismo año pasado durante el Gastrofestival de Madrid se
programó un taller de recetarios históricos con la dichosa obra como
protagonista. Ay. Doble ay, si tenemos en cuenta que una búsqueda del título en
internet nos ofrece como primer resultado un artículo ¡de hace siete años!
donde José Carlos Capel destripa el engaño. Él, director en 1989 de la
colección gastronómica de la editorial Temas de Hoy, fue quien decidió publicar
la traducción al castellano de un simpático libro inglés titulado 'Leonardo's
kitchen note books'.
Y en un hecho tan inocente como editar un escrito y
diseñar su portada está el quid de la confusión. Verán, la obra original salió
a la venta en el Reino Unido en 1987 y en ella, en letras gordas de molde, se
podía leer claramente que los supuestos apuntes gastronómicos de Leonardo
habían sido editados y traducidos al inglés por Shelagh y Jonathan Routh. A
ustedes esto no les dice nada, pero para que se hagan una idea es como si
nosotros viéramos 'Las mil y una recetas de Velázquez' firmadas por Gila o
Joaquín Reyes. Jonathan Routh (1927-2008) fue un humorista británico, muy
conocido en su país por haber presentado durante años un programa de bromas con
cámara oculta y por escribir libros cómicos como 'La guía del buen retrete',
'La guía de la taza de té' o 'El libro de la resaca'. Cuando en 1987 los
lectores ingleses vieron su nombre en la portada de las dichosas notas de
Leonardo, supieron a qué atenerse y lo consideraron como lo que era, una broma basada
en lo que da Vinci podría haber escrito de haberse dedicado a cocinar.
Siguiendo la tónica de Routh de chotear al personal,
las 'notas' están basadas en un supuesto (y falsísimo) códice manuscrito,
encontrado según el humorista en 1981 en los archivos del Hermitage. Por
supuesto no existe tal Codex Romanoff ni se le espera, pero Routh y su mujer
Shelagh supieron coger ideas de diversos manuscritos auténticos y con unas
máquinas de Leonardo por aquí y unas recetas de Scappi (verdadero cocinero
italiano del XVI) por allá, montaron un descacharrante texto que hace reír a
carcajadas. Todo, desde el prólogo de un hipotético doctor Albinesi hasta el
sacacorchos para zurdos, pasando por la historia de que el pintor tuvo una
taberna con Botticelli o sus consejos de etiqueta en la corte de Ludovico
Sforza, son falsos. Sabiéndolo se puede pasar un buen rato leyendo la obra e
incluso entresacar datos válidos sobre la alimentación en tiempos
renacentistas, pero claro, la cuestión es que hay quien se lo ha creído de pe a
pe.
martes, 15 de octubre de 2019
Pecados –dulces- napolitanos
(Un texto de Alfredo Maluenda en el Heraldo de Aragón del 30
de junio de 2018)
Sí, hay Nápoles más allá de las pizzas margarita y marinara.
Y de la pasta con marisco ‘al cartoccio’ o de los contundentes ‘arancini’, una
suerte de croquetas de arroz y queso que resucitan a los muertos. La gastronomía de la capital de la Campania,
destino turístico que lleva ya unos años pisando fuerte, no se circunscribe únicamente a su
interminable oferta salada (imperdible, por cierto, el ragú con carne y
‘provola’ que bordan en los locales del casco viejo), sino que también
guarda un lugar privilegiado para varios
pecadillos dulces.
Porque la
repostería es para los napolitanos lo mismo que el Maradona futbolista o
el urbanismo abigarrado: una auténtica religión. Se comprueba en los carísimos
cafés de la vía Toledo, la arteria comercial de la ciudad, o en los puestecitos
del deslavazado entorno de la Vía dei Tribunali, donde los precios ajustados se
agradecen.
Por apenas un euro (dos, en el peor de los casos)
puede uno desayunar o merendar un ‘sfogliatelle’,
un hojaldre finísimo enrollado decenas de veces sobre sí mismo, que
deriva en un bocado ligero, siempre que el relleno, en caso de que lo lleve,
sea consecuente. Lo habitual es que los
reposteros los preñen con ‘ricotta’, fruta confitada o crema pastelera,
y los más malandrines espolvorearán con azúcar glas hasta asegurarse de que los
comensales se manchen hasta la planta de los calcetines. Conviene empujarlo con
un expreso cortísimo preparado en una de las cafeteras características.
Un bocado
peliculero
"Suelta la pistola,
coge los ‘cannoli’". El repetido
diálogo de ‘El Padrino’ alude a otro de los clásicos de las sobremesas
napolitanas, el ‘cannolo’, una masa
crujiente en forma de tubo (de entre cinco y quince centímetros) y
rellena de ricota que, si bien en origen es siciliana, ha acabado encontrado su
hogar en las calles de Nápoles y en toda serie y película con una trama ligada
a la ‘cosa nostra’.
Hay una especia de carrera por conseguir el sabor de
‘cannolo’ más original, aunque los confiteros más pegados a la tradición no se
salen de los clásicos: vainilla,
chocolate, pistacho, vino Marsala o agua de rosas.
Otros dos postres no se deben pasar por alto. El helado, quizá más obvio, ha sido mejorado
durante generaciones hasta alcanzar la perfección. Suena a disparate,
pero no lo es: en Nápoles no hay helado malo y hasta los establecimientos más
turísticos se salen de los sabores estándar.
Más tino hay que tener a la hora de comprar un babá, una masa parecida a la del bizcocho
aunque más ligera, en forma de corona y bañada en un sirope con base de
licor, generalmente ron o limoncello. Con este dulce no hay punto medio:
o se ama o se odia.
jueves, 10 de octubre de 2019
Café destilado en frío: ‘cold brew’
(Extraído de un texto de Ana Usieto en el suplemento
gastronómico del Heraldo de Aragón del 18 de agosto de 2018. Por supuesto, en
plena vena papanatas abusa de los anglicismos… ¡ay!)
En frío y a lo largo de casi 24 horas. Así se obtiene la
tendencia más refrescante en el mundo del café, ideal para combatir las altas
temperaturas.
El café de los muy cafeteros no tiene por qué ser un
trago corto y humeante. También puede salir de la nevera. Incluso mezclarse en
la coctelera. Cambiemos el sombrero de paja de Juan Valdés por un gorro de baño
y un flotador y exploremos las virtudes
del café tomado en sus versiones más desenfadadas y refrescantes.
Lo primero que se debe tener en cuenta es que, pese a
algunos mitos extendidos (particularmente en España, donde la costumbre de
tomar el café frío es relativamente reciente), el café a baja temperatura, incluso helado, no ve descender sus
propiedades organolépticas. No solo no es en absoluto una aberración,
sino que puede resultar una oportunidad, incluso para los más sibaritas, de
descubrir nuevas experiencias en la dosis diaria de cafeína.
Eso
sí, según explica Roberto Chueca, ‘Q-Grader’
(experto clasificador de Cafés El Criollo), se deben mantener las proporciones
de agua (siempre de calidad) y de café y recurrir a las mejores variedades,
preferiblemente la arábica, «con más y mejores aromas que la robusta».
Por ejemplo, es el caso del café con hielo. Roberto Chueca desaconseja volcar el café
caliente en los hielos y olvidarse. O sea, lo que hacemos casi todos.
Lo mejor es echar el café,
dejar que se enfríe y, posteriormente, apartar los hielos para evitar alterar
las proporciones y tomar el café con demasiada agua. Algo que no será tan necesario si los hielos son de
calidad, hechos con agua mineral y gruesos. Si el café y el agua son buenos, el
resultado de la mezcla también lo será. Otra posibilidad menos habitual es que
los propios hielos estén hechos de café. Un toque de limón tampoco irá mal.
Pero más allá del socorrido y habitual café con hielo
o de clásicos estivales como los granizados, los frappés o los cafés con helado
(y lingotazo de güisqui), la creciente moda en torno al café (que arrasa, sobre
todo, en Estados Unidos, Australia y Asia), apuesta por el ‘cold brew’.El
término inglés denomina uno de los recientes y, por qué no decirlo,
‘hipsterianos’ fenómenos entre los amantes del buen café. Una manera de infusionarlo en frío y con
filtro, gota a gota, durante horas, que da como resultado un café mucho menos
amargo que el obtenido en caliente. Incluso hay quien defiende que este
método respeta más el sabor natural del producto. Con el agua hirviendo, se
destilan ácidos y aceites que, al bajar la temperatura, se concentran, lo que
hace que el sabor sea más fuerte. Aunque, según Roberto Chueca, al final todo
depende de las proporciones de agua y café. En el ‘cold brew’, el procedimiento no puede ser más sencillo, solo hay
que sustituir el calor y los mecanismos de los diferentes tipos de cafeteras
por algo de paciencia.
Además, como
el ‘cold brew’ se recomienda tomarlo sin azúcar, no engorda en absoluto y
refresca más. Es asimismo ideal para ser añadido a cubitos de hielo (no
los derrite y el café no se agua tanto).
Lo mejor según Roberto Chueca, es tomarlo largo, tipo
americano. Y no por ello hay que temer al insomnio, porque otra de las ventajas
del sistema de obtención del ‘cold brew’ es que genera menos cafeína.
El Criollo, una cafetería en la calle Canfranc abierta
a las últimas tendencias, es el único lugar de Zaragoza donde se ofrece por el
momento esta, aún poco conocida por estos lares, modalidad de café frío.
Allí encontramos a Pièrre Agavi, experto barista,
frente a una tan curiosa como bonita cafetera. Se trata de un modelo de
extracción en frío, también conocido como decantador. Una gran pieza de
metacrilato sostiene en su parte superior un frasco que se llena de agua fría. El líquido va cayendo gota a gota en otro
recipiente situado debajo, en el que se ha depositado el café (preferiblemente
arábica), con un filtro. El proceso es sencillo. El agua va filtrando el
café en una jarrita, por un espacio que va entre las 12 y las 24 horas, aunque
Roberto Chueca tiene calculado que el tiempo justo para obtener el mejor ‘cold
brew’ es 18 horas.
Este es uno de los muchos modelos de cafetera para
obtener café frío. Pero hay de todo tipo, desde las más sencillas, que cuestan
en torno a los 30 euros, a otras de diseño (como la del Café El Criollo) que
superan los 200.
El ‘cold brew’, cuyo sabor más suave abre puertas a
los que no se atreven con la rudeza en el paladar de los cafés solos, es además
una opción ideal para combinar desde el más absoluto desprejuicio. Va con todo:
desde con leche (las opciones de café combinadas con lácteos no han sido
tradicionalmente muy consumidas en España) hasta con diversos alcoholes. De
hecho, los decantados ‘cold brew’ funcionan a las mil maravillas en la
coctelería. Agavi propone gin tonics, mojitos y hasta negronis e, incluso, en
Cafés El Criollo apuestan por tomarlo como aperitivo, con tónica y un ‘twist’
de lima.
Paciencia
y un café y un agua de calidad son las claves para obtener un buen filtrado,
que admite perfectamente ser guardado en la nevera. Incluso, en Estados Unidos,
donde este tipo de preparado está muy de moda desde hace años, se vende ya
embotellado.
Destilar café en frío en casa (cafetera de
émbolo)
La proporción más recomendada es de 100 grs de café
molido grueso –arábica- por cada litro de agua –mineral-. Se deja en una
cafetera de émbolo a temperatura ambiente de 12 a 24 horas, y posteriormente se
cuela el resultado, que puede aguantar en la nevera hasta cuatro semanas. El
sabor es suave así que se puede tomar sin azúcar.
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