(La columna de Carlos Maribona en el XLSemanal del 12 de marzo de 2017)
No hay zona de España donde no se guisen callos. Estos trozos del
estómago de la vaca, a los que habitualmente se añaden patas y morro
para darles esa melosidad que hace que los labios se peguen al comerlos,
se consideraron durante mucho tiempo comida de pobres. Hace siglo y
medio, el madrileño restaurante Lhardy los incorporó a la alta cocina y
desde entonces se encuentran lo mismo en tabernas tradicionales que en
mesas de postín. Sin duda, es Madrid la ciudad donde más se consumen. En
la capital se guisan con chorizo y morcilla, con un alegre toque
picante. Pero los encontramos por toda nuestra geografía: cap i pota
catalana, menudo andaluz, los gallegos con garbanzos, a la asturiana…
No somos los únicos que los comemos. En Francia tienen las tripes a la mode de Caen o a la lionesa, con vino blanco y mostaza. En Italia, la trippa
a la romana, con tomate, cebolla y queso rallado. Y en Oporto, guisados
con alubias blancas y cilantro. Al otro lado del Atlántico, los
iberoamericanos también los consumen con deleite. [...]
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