(Un texto de Ana Vega Pérez de Arlucea en el Heraldo de Aragón del 28 de abril de 2018)
El más moderno de los cubiertos de mesa ya fue usado por Carlos I e incluso por los soldados de la Armada Invencible.
Al comienzo del libro 'La España vacía' (2016),
Sergio del Molino se pregunta por qué en castellano distinguimos entre
«tenedor» y «horca» mientras que casi todos los idiomas europeos usan
palabras similares para estas dos herramientas con púas, tanto la de
comer como la de pinchar paja. ¿Demuestra esto desprecio urbanita hacia
el mundo rural? ¿Clasismo? ¿Ganas de diferenciar un utensilio refinado
de uno rústico o de baja estofa?
Podría ser todo eso o quizás,
simplemente, que allá a principios del siglo XVI, cuando el tenedor
empezó a asomar la patita por España, alguien decidiera que era correcto
llamarlo según el uso que a aquel modernísimo instrumento se le daba en
la mesa: el de sujetar la comida de camino a la boca. Y tenedor viene
del latín tenere, que significa precisamente sujetar, mantener o
agarrar, así que no está tan traído por los pelos. Lo realmente curioso
es que acabara triunfando la denominación «tenedor» cuando en nuestro
país ya se conocían muy diversas y antiguas palabras para nombrar a este
aparatejo: forchina, broca, horquilla, forqueta, tridente, pirón, arrejaque, furcilla, cuchare de púas.
Quizás
hayan leído ustedes por ahí que el tenedor es cosa muy moderna, que lo
usaban solamente los pijos finolis y que vino de Italia, vía Francia, en
el siglo XVII. Eso pasa por fiarnos de la Wikipedia y sus esbirros o
por dar extrema credibilidad a autores que no prestan atención
suficiente a las cosas que ocurrían de los Pirineos para abajo. En 'La importancia del tenedor'
(Bee Wilson, 2013), uno de los libros más completos y recomendables que
existen sobre la historia de los utensilios de cocina, se explica por
ejemplo la evolución del tenedor desde una perspectiva anglocéntrica,
así que es comprensible que diga que los tenedores eran una novedad
alucinante en 1608, cuando el viajero inglés Thomas
Coryate los vio en Italia y se quedó ojiplático. En España hubo
tenedores desde mucho antes y va siendo hora de presumir de orgullo
tenedoril.
El rey emperador
En realidad la exclusiva se la tendríamos
que dar a los griegos, que ya tenían instrumentos con dos púas para
pinchar los alimentos al cortarlos o sacarlos de la cazuela.
Herramientas similares se han encontrado en Irán, en China y a la largo y
ancho del Imperio Romano, donde se llamaban fuscinula y no se usaban
para comer sino para ayudar a trinchar. Supuestamente las primeras
personas en usar un tenedor para llevarse la comida a la boca en Europa
fueron dos princesas bizantinas del s. X, Teofania Sklerania (esposa del
emperador Otón II) y Teodora Ducas (mujer del dux veneciano Domenico
Selvo). La mala fama de esta última, propagada por el santón Pedro
Damiano, y su amor por los tenedores de oro con piedras preciosas hizo
que aquel utensilio ganara fama de cursi, frívolo e indigno.
El
tenedor tuvo que aplazar su éxito hasta el siglo XIV, cuando los
italianos lo adoptaron como la mejor forma de comer pasta. De mientras
en España se usaban «forçinas» para sacar la carne del caldero o «brocas»
pequeñas con dos o tres puntas, como recomendaba usar Enrique de
Villena en su 'Arte cisoria o Tratado del arte de cortar a cuchillo'
(1423) para «comer vianda adobada sin untarse las manos». Fue Carlos I
seguramente el primer español en comer regularmente con tenedor; en el
Rijksmuseum se puede ver un juego de cubiertos hecho para el rey
emperador en Italia, de 1532, y debió de alegrarse de poseer tan moderno
instrumento debido al acusado prognatismo que sufría, que le impedía
masticar bien o arrancar mordiscos con los dientes. Su hijo Felipe II
también usó el tenedor frecuentemente y en un cuadro de Sánchez Coello
de finales del XVI incluso aparecen los dos tenedor en ristre.
Me
dirán ustedes que claro, que siendo rey cualquiera usaba tenedor. Es
verdad que entonces eran de oro o plata y estaban normalmente reservados
a las clases altas, pero en 1565 el médico sevillano Nicolás Monardes ya decía que «es bien comer con tenedor»,
y que este útil había de usarse para tomar las cosas sólidas y la
cuchara para las líquidas. La prueba definitiva de que el tenedor era
muy conocido en España en el siglo XVI es que existen restos de varios
de estos cubiertos recuperados de las naves Trinidad y Girona, hundidas
cerca de Irlanda durante el desastre de la Armada Invencible en 1588.
Hubo quien se resistió a llamarlo tenedor y siguió usando el antiguo término forchina,
que en 1611 era aún el término usado por Covarrubias para denominar
«una horquilla de plata con dos, tres o cuatro dientes con que se lleva
el manjar desde el plato a la boca». Llámenlo como quieran, pero farden
un rato de que hace quinientos años, los soldados españoles ya usaban
tenedor.
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