(La columna de Martín Ferrand en el XLSemanal del 27 de
febrero de 2011)
Cuenta la leyenda que, cuando Tarragona era la capital de la
Hispania Citerior Tarraconensis, llegó desde Roma una receta culinaria para fortalecer
la musculatura de los gladiadores: el romesco. En puridad es un guiso de
pescado que se elabora con aceite, pimiento de romesco (de cuerno de cabra), pan,
ajo, avellanas y sal. Como siempre ocurre con los platos de origen antañón, hay
tantas versiones como cocineros y es frecuente el romesco con tomate, almendras
en lugar de avellanas -que no las hay mejores que las tarraconenses-, romero y otros
aditamentos. Cuando Josep Pla probó un guiso de romesco en el barrio del
Serrallo, el típico puerto de pescadores del lugar que lleva el nombre del
escenario de las glorias del reusense general Juan Prim, escribió que «la cocina
de pescado que allí se presenta es realmente sabrosa [...] debido a que el pescado
es de incomparable calidad [...] y a la presencia de la salsa romesco, que parece
tener por misión subrayar todos los encantos que el pescado posee».
Ahora, en plena temporada de calçots -las cebolletas asadas a la brasa-, se le suele llamar romesco
a la salsa que las acompaña, pero es una variante suya que en Valls, la capital
del género, conocen por salvitxada, un
poco más picante.
[…]
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