(Leído en la revista Consumer de
mayo de 2014)
Pese a que los alimentos son
más seguros que nunca, hay sustancias que se pueden generar en su cocinado con
riesgos potenciales para la salud y que conviene prevenir.
Hay platos que dan miedo,
pero ¿hemos de convertirnos en expertos
en toxicología o sentarnos a la mesa con
un médico o dietista- nutricionista para comer con total tranquilidad? La respuesta es no. Los alimentos son hoy más seguros y están más
controlados que nunca. En todo caso, conviene conocer algunos de los posibles riesgos ocultos en ciertos alimentos, más importantes a nivel poblacional que a nivel individual, y las reglas para prevenirlos.
La parte verde de las patatas
La solanina es una sustancia
que se halla en las zonas verdes de la
patata o en aquellas que tienen brotes y que, en grandes dosis, puede afectar
al sistema nervioso humano (los síntomas
más frecuentes son similares a los de una resaca). En 2007, el Comité Científico de la Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición indicó que la solanina es tóxica si se ingiere en grandes cantidades.
En la historia reciente
existen muy pocos casos de síntomas en
humanos generados por la solanina, y
siempre ocasionados por malas prácticas
(prohibidas) en el cultivo y almacenaje de la patata. Los actuales sistemas garantizan
la seguridad al consumidor con respecto a este tóxico. Pelar la patata (sobre todo las partes verdes) elimina la mayor parte de esta sustancia.
Conservarlas fuera de la nevera, y en un sitio oscuro, reducirá la presencia de solanina.
¿Es peligroso tomar alimentos
quemados?
La acrilamida es un compuesto
que puede formarse en algunos alimentos (sobre todo en los de origen vegetal) cuando
se cocinan a altas temperaturas. Destaca su presencia en los cereales, el café,
las galletas saladas o el pan, entre otros alimentos. Es más frecuente hallar
acrilamida en alimentos que contienen almidón, mientras que no se forma, o lo
hace a niveles más bajos, en los lácteos, en cárnicos o en pescados.
En 2005, la Autoridad Europea
de Seguridad Alimentaria (EFSA) advirtió del riesgo de las altas dosis de acrilamida
por sus potenciales efectos carcinogénicos. Desde entonces hasta ahora, la
comunidad científica no ha cesado de investigar al respecto. No obstante,
reducir el consumo de acrilamida pasa por disminuir el uso de cocciones que
duran mucho o se llevan a cabo con altas temperaturas.
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No debemos guardar las patatas en la nevera, ya
que ello puede elevar la cantidad de acrilamida al cocinarlas. Conviene
mantenerlas fuera de la nevera y en un lu gar oscuro y fresco (un armario o una
alacena).
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Al freír patatas congeladas se deben seguir las
recomendaciones del fabricante en cuanto al tiempo y la temperatura, y evitar
cocinarlas de más, dejarlas muy crujientes o, sobre todo, quemarlas. Su color debe
ser un amarillo dorado en vez de un marrón oscuro, que contendrá más
acrilamida.
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Cuando tostemos pan, es mejor que adquiera un
color dorado claro, en vez de uno oscuro. Es preferible no consumir las partes demasiado
oscuras.
Tóxicos generados en el aceite cuando lo freímos
Muchos procesos industriales
en alimentos, pero también caseros, conllevan sumergirlos en aceite muy caliente.
No obstante, las frituras, aunque mejoran el sabor de los alimentos, pueden degradar
el aceite y generar sustancias perjudiciales para el ser humano. Es por ello
que muchos países han adoptado recomendaciones o límites legales para evitar la
producción de tales sustancias. Las más importantes son los derivados del benceno
(hidrocarburos aromáticos) y también los aldehídos. Es sabido que pueden
generar a largo plazo daños hepáticos, aunque ciertos estudios las han
relacionado también con enfermedades como el cáncer, el Alzheimer o el
Parkinson.
Las investigaciones más
recientes sobre este particular las han realizado investigadores españoles,
pertenecientes al Departamento de Farmacia y Tecnología de Alimentos de la Universidad
del País Vasco. Tras aplicar diversas técnicas (cromatografía de gases/espectrometría
de masas o resonancias magnéticas), sus resultados revelan que el aceite de
oliva, a diferencia de lo que ocurre con otros aceites como los de girasol o
lino, genera menos cantidad de estos compuestos nocivos y además hace falta más
tiempo para que se produzcan.
Esto nos lleva a preguntarnos
cuántas veces podemos utilizar un aceite para freír. Una pregunta que tiene
difícil respuesta, ya que ello dependerá en gran medida del tipo de alimentos
que se han utilizado, del tiempo que han estado friéndose, de si el aceite ha
humeado o no, etc. En general, el aceite resiste más frituras si lo utilizamos
en una freidora, aunque resulta más conveniente tener presente estas “pistas” que
nos indicarán que es momento de cambiar el aceite:
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Observar si humea.
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Valorar si su color se vuelve rojizo.
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Comprobar si forma una espuma que aunque la retiremos
vuelve a aparecer.
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Apreciar si su olor es extraño
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