martes, 9 de diciembre de 2025

El bisalto: mucho por descubrir

(Un artículo de Miguel Carravedo Fantova en el Heraldo de Aragón del 10 de mayo de 2021)

Consultando numerosas enciclopedias especializadas mundiales para averiguar, con certeza, el nombre binomial del bisalto, reconozco haberme hecho un poco de lío, pues he encontrado varias alternativas, todas ellas derivadas del guisante, a saber: ‘Pisun sativum L.’.

Empiezan a ser bisaltos ‘Pisun sativum subs. sativum’, pero también ‘subs. arvense’, e incluso sin subespecie, otorgándole el título, solo binario de ‘Pisum arvense’, y aún colea otra opción como una variedad botánica, concretamente ‘Pisum sativum var. hortense’. Dicho de otra forma, puede haber varias especies-subspecies-variedadades para llamar los bisaltos, entendiendo por bisalto ‘una variante del guisante de vaina comestible’ y, en general, de vaina más ancha y fácilmente cocible. La palabra proviene del mozárabe ‘biššáu’.

Nuestro bisalto se caracteriza por tener vainas anchas, mucho más anchas y tiernas que las del guisante, y granos más o menos lisos y algo alveolados. La vaina es tierna e ideal para comer cocida. El número cromosómico de ambas es el mismo 2n=14, lo que les confiere un abrumador parentesco.

La ‘variedad’, botánicamente hablando, no es una selección humana, sino accidental, obra de la naturaleza. En este caso tiene la vaina algo menos ancha y algo mas dura con semilla papilosa y con prominencias cónicas.

Y el guisante común tiene varias especies, a saber: arvense, brevepedunculatum, macrocarpon, hortense y pumilio. Ninguna en cultivo en nuestro país que yo sepa, excepto sativum. Llamadas también arvejas en muchos lugares, genera una delicada y compleja identificación.

Cuando Vavílov recorrió España le llamó mucho la atención la ‘arveja’. Yo creo que se refería al bisalto porque las arvejas son propiamente ‘Vicias’, ‘Lathyrus’ e incluso ‘Onobrychis’ (arveja de asno), utilizadas como forraje, y a él le atraía mas lo comestible para el hombre: él estaba destinado para paliar el hambre del ser humano.

Algo aclarados estos pequeños detalles (no del todo) pasemos al bisalto subespecie, no sin antes comentar que existen otras subespecies como ‘elatius’ (recuerda al bisalto), ‘abissinicum’, ‘asiaticum’ y ‘transcaucasicum’, que intuyo son homotípicos o del arvense o del sativum, o tal vez del hortense, como subespecie. De todas maneras son desconocidas en España que yo sepa, y puede que en Europa, pero existen en la Naturaleza.

La taxonomía no es mi fuerte, pero presiento que hay un interesante campo para investigar, campo al que invitaría a trabajar a gente o instituciones interesadas en esta planta, no profundamente estudiada y a menudo de manera confusa. El INIA (Instituto Nacional de Innovación Agraria) tendría la palabra, o tal vez el CITA, más aragonés; los marcadores moleculares aclararían muchas cosas. Y se presume algún viaje a Extremo Oriente a investigar el asunto para ver qué guisantes comen por allí con vaina y traerse material para estudiarlo aquí. Fascinante trabajo como comienzo del estudio. Soy consciente de que quizás esto no es muy ameno, pero he querido incidir en colocar al bisalto en su sitio botánico, ya que es una verdura muy conocida en Aragón y con cientos de recetas gastronómicas que ni se me ocurre citar. Pero esa área que abordo está apenas trabajada.

Al bisalto se le llama coloquialmente también miracielos o tirabeque porque posee sendos hilos en las suturas ventrales y dorsales de la vaina muy fibrosos. Cocidos quedan colgantes al estirar de la vaina con los dientes y mirando al cielo. Fatal si se tiene dentadura postiza móvil. Siempre he creído que comerlo así en un restaurante no resulta muy fino. En mi casa y no por finura, sino por comodidad, le quitamos muy fácilmente los hilos antes de cocer. Luego es todo miel sobre hojuelas.

Y ahora les cuento algún recuerdo de mi niñez relacionado con los bisaltos. Allá por los años cincuenta, mi abuelo Luis Fantova, de Alquézar, me hacia bajar al huerto de la casa, un huerto muy grande con dos fajetas para trabajar. En una zona del huerto sembrábamos los granos de bisalto que guardaba del año anterior. Los guardaba en una jarra de barro con tapón de corcho entre cenizas porque sino se "cucaban", me decía.

Era obligatorio hacer la siembra al anochecer porque si se hacía de día, los ‘gurrions’ sabían lo que hacíamos y estaban merodeando, ojo avizor, para desenterrarlos y comerse los sembrados granos en que nos fuéramos, algo que ocurría en todo el pueblo. De esta manera, al día siguiente, decía el abuelo, ya se habían olvidado del lugar (algo que dudo). También se ponían mandiles para que no ‘esgarraparan’. Por cierto, las plántulas también eran objeto de deseo del pájaro. Más tarde se solucionó con tresmallos de pesca y mallas normales, donde se les enganchaban las patas y ya huían asustados sin ganas de volver.

La vuelta al hogar, tras la siembra, cuya nocturnidad se apuraba, se hacía con candil de aceite, cuyas cintiladas por los techos y paredes me producían escalofríos. El abuelo me cogía de la mano para que no me cayera pero mi miedo era más profundo que el simple hecho de caerme. Las tenebrosas escaleras con las enormes mulas alteradas por nuestra presencia, el olor a su estiércol, como también al de gallinaza y conejo, que criábamos, me duraba toda la noche, no sé si en la ropa, zapatos o en la mente, pero mi espíritu estaba repleto de gozo y de exacerbación de una vocación agronómica que se estaba incubando.

 

viernes, 5 de diciembre de 2025

La cocina en pase de revista

 (Un texto de Ana Vega Pérez de Arlucea leído el 

Me preguntan a veces si no creo desmedida, exagerada y atorrante la atención que hoy en día dedicamos a la gastronomía. Mi respuesta suele ser que sí y que no, las dos cosas a la vez. Aquí entre ustedes y yo les diré que a veces me cansa terriblemente la importancia que los medios otorgan a la alta cocina, a sus estrellas y al infinito ciclo de aperturas, cierres, reseñas, tendencias, listas y otros dimes y diretes que atañen al sector. Creo sin embargo que nunca es demasiado el espacio consagrado a hablar de la alimentación, esa actividad tan obligatoria como placentera para la vida humana. A pesar de que el Soylent ya se ha inventado -y no hecho a base de gente- parece que de momento comer seguirá impepinablemente asociado a cocinar y mientras haya que guisar todos los días (tú, tu abuela, el empleado del restaurante a domicilio) necesariamente seguirán siendo relevantes los contenidos gastronómicos en prensa, televisión, internet o el formato que el futuro nos depare.

Si a ustedes les parece excesivo el runrún culinario actual, imagínense lo que tuvieron que pensar nuestros antepasados cuando hace 140 años la cocina se convirtió en el tema de moda. En poco más de un lustro el asunto coquinario pasó de ser completamente ignorado a convertirse en estrella mediática, materia de conversación habitual y prácticamente obsesión nacional. Aunque algunas publicaciones como 'La Risa' (1843), 'El Hogar' (1866), 'El Imparcial' (1869) o 'El correo vascongado' (1873) publicaran habitualmente recetas o tuvieran incluso una sección de cocina, el verdadero bombazo llegó con el cruce de cartas que sobre la manduca y sus filosofías publicó 'La Ilustración española y americana' entre los años 1876 y 1877. Firmadas por el Doctor Thebussem -alias de Mariano Pardo de Figueroa- y un supuesto Cocinero de Su Majestad -pseudónimo de José Castro y Serrano-, aquellas sabrosas epístolas no sólo acabaron siendo recopiladas en 1882 en un libro titulado 'La mesa moderna', sino que cambiaron radicalmente la imagen que los lectores españoles tenían de la cocina nacional. Como si de Patrick Swayze en 'Dirty dancing' se tratara, de repente los gastrónomos decidieron que no dejarían que nadie (léase flamante cuisine francesa) pudiera arrinconar a los sabores patrios. El renacimiento de los fogones castizos implicó una tremenda explosión mediática reflejada en artículos, columnas o secciones especializadas, en la publicación de infinidad de recetarios y también en el nacimiento de un nuevo género editorial: la revista gastronómica. Sobre esta materia pueden ustedes encontrar trabajos tan interesantes como 'La gastronomía en la prensa española del siglo XIX' (Aguirregoitia y Fernández, 2015) e incluso una señora tesis doctoral presentada en 2018 bajo el título de 'Génesis y evolución de la revista gastronómica en España' (Nuria Blanco Hernández).

Les falta un único dato: antes que 'La mesa moderna' (1893), 'El Menú' y 'La cocina elegante' (ambas de 1904), 'El gorro blanco' (1906), 'El arte culinario' (1907) o 'Cocina artística y casera' (1917), antes que todas ellas estuvo otra revista. Tan misteriosa y desconocida que ninguno de sus números ha pasado a la posteridad, que yo sepa, y solo he encontrado datos de ella a través menciones en otras publicaciones. Se llamó 'La cocina española' y apareció a finales del año 1886, en Madrid. Fue la revista oficial de la asociación de cocineros El Arte Culinario y se publicó fielmente cada diez días al menos hasta marzo de 1889. Sobre ella sé poco más aparte del nombre de uno de sus directores, Julián Rodríguez de Cea, y que a pesar de su limitada tirada tuvo una gran impacto entre los profesionales de la hostelería y los aficionados al buen comer por estar consagrada «al fomento y desarrollo del arte culinario español».

En sus páginas se iban turnando cocineros, gourmets, literatos y científicos: el poeta venezolano Paulo Emilio Romero, el escritor segoviano José Rodao Hernández, el crítico literario Fray Busilis, el periodista gallego Julián Rodríguez de Cea, el médico Luis del Portillo y Mestres o el mismísimo Thebussem.

De la parte técnica se encargaban chefs profesionales como Loreto Capella (antiguo jefe de cocinas del Palacio Real) y sus contenidos incluían desde estudios sobre los caracoles comestibles a repasos históricos sobre el arte del trinchado o el uso del tenedor. Le dio una buena pátina de respetabilidad y academicismo a la cocina, siempre priorizando al garbanzo por encima del 'entrecôte'.

Como dijo el periodista Manuel Ossorio y Bernard (1839-1904) en marzo de 1887, aquella revista se proponía hacer la guerra a la cocina extranjera y su misión debía ser la de restablecer «las cosas a su natural estado en nuestra cocina, llamar al pan, pan y al vino, vino; abogar por los pollos con tomate, el bacalao a la vizcaína, las pescadillas fritas, las alcachofas rebozadas, las natillas con canela, el arroz con leche, las migas con torreznos y otros platos sustanciosos, plásticos y sanos que eran el encanto de nuestros padres». Ojalá haya algún ejemplar de 'La cocina española' escondido por ahí...

martes, 2 de diciembre de 2025

Kamado, el horno milenario que vuelve a estar de moda

(Un artículo de Iker Moran en La Vanguardia del 6 de julio de 2021)

Esta parrilla antiquísima de origen japonés alcanza una temperatura de hasta 400ºC.

Cuesta alrededor de 1000 euros -o más- y se ha convertido en un objeto de deseo de los que quieren llevar el arte de la barbacoa a otro nivel. En realidad, hace miles de años que se usa este polivalente horno de origen asiático elaborado con arcilla, pero en los últimos tiempos se ha popularizado en restaurantes y hogares. Hasta tal punto que ahora mismo hay lista de espera para conseguir uno.

¿Horno o barbacoa? Horno, sin duda, aclara Juan Manuel Benayas, uno de los mayores expertos en fuego, barbacoas y brasas en España y responsable de La Carbonería en Madrid, una de las poquísimas tiendas especializadas en combustibles para barbacoas.

En 2014 él ya andaba trasteando con un kamado y según apunta, en esta lista de pioneros también debe figurar el restaurante Yugo Bunker de Julián Mármol. Pablo Albuerne -más conocido por aquí y por todos lados como Gipsy Chef- también lo incorporó a sus herramientas en La Zorra, el restaurante de arroces que regenta en Sitges.

“Los descubrí hace años en Alimentaria y al acabar la feria compré los tres que tenían en el stand de Kamado Joe”, recuerda. Tras probarlos en el restaurante durante un verano, había un problema: el humo y la cercanía al paseo marítimo de la localidad eran una mala combinación. Tampoco el diseño en forma de huevo y el limitado espacio para cocinar ayudaba. Ahora tiene uno, el grande, en su casa.

Desde 1974

El tamaño del espacio disponible para cocinar es una de las principales limitaciones de los kamados. También su peso y, claro, el precio. “Ahora mismo hay que sospechar de cualquiera que cueste menos de 800 euros, será una maceta vendida como kamado o no estará hecho de arcilla y acabará dando problemas con el calor”, advierte Benayas.

Pese a ello, en su tienda -donde venden las principales marcas de este incipiente segmento- hay lista de espera para hacerse con uno. Los más vendidos son los de Kamado Joe -explica-, aunque es verdad que él mismo define el Big Green Egg como el “Ferrari” de este tipo de hornos.

Cualquiera que cueste menos de 800 euros, será una maceta vendida como kamado o no estará hecho de arcilla

Y es que fue precisamente esta marca americana la que a partir del diseño original lo empezó a introducir en el mercado estadounidense con su característico color verde a partir de 1974. A España llegaron de forma oficial en 2016, apuntan sus portavoces.

La mayoría de compradores son particulares -confirman- que quieren algo más que una barbacoa de carbón, gas o eléctrica en su terraza o jardín. De ahí la creciente variedad de tamaños, incluidas las versiones más pequeñas que resultan algo más manejables y económicas.

Baja temperatura

¿Y cómo funciona un kamado? ¿Qué lo hace tan especial? En la base harán falta unas brasas de carbón. La bóveda cerámica, el sistema de doble tiro inferior y superior, y la tapa aportan las peculiaridades a la hora de cocinar.

No sólo se trata de conseguir una temperatura alta y duradera, sino también controlable gracias a ese sistema de doble tiro superior e inferior que permite, por ejemplo, cocinar durante horas una carne a 70 grados.

No es para quien quiere asar un poco chorizo y panceta en la barbacoa del domingo

Pablo AlbuerneChef del restaurante La Zorra

“Es un caballo con mucha potencia, si sabes llevarlo es maravilloso, pero hay que aprender a controlarlo, porque si se arrebata es infernal”, apunta Albuerne. Entre sus ventajas, la recirculación del calor que permite cocinar de forma homogénea. También que ofrece mucho calor y durante mucho tiempo con poco carbón y que, además, también sirve para ahumar.

“La cerámica es esencial y, como se cocina cerrando el domo superior, la circulación del aire permite una jugosidad y sabor que lo hacen único”, defienden desde Big Green Egg.

Abstenerse los domingueros de la barbacoa

Para cocciones largas, poca cantidad y ahumados profundos es insuperable, coinciden quienes lo han usado. ¿Y no se puede conseguir lo mismo con una barbacoa?

Se puede intentar ese control de temperatura con algún modelo con tapa, explica el responsable de La Carbonería. Pero al ser metálica, en ningún caso será posible mantener el calor durante tanto tiempo, matiza.

La temperatura que puede llegar a alcanzar y el diseño abovedado también puede recordar a un horno para pizzas. De hecho, Albuerne también le da ese uso de forma habitual, con una piedra colocada sobre la superficie de cocción.

“No es para quien quiere asar un poco chorizo y panceta en la barbacoa del domingo, pero si te gusta encenderlo por la mañana y cocinar 5 o 6 horas seguidas es perfecto”, concluye Benayas.

Y no sólo carne, ojo. Además de arroces, él también es un firme defensor de las brasas y el fuego para las verduras y, de hecho, acaba de publicar Barbacoa Veggie, un libro y recetario dedicado al tema. Una coliflor entera durante un par de horas en el kamado queda sensacional, recomienda.

viernes, 28 de noviembre de 2025

¿Cómo se quita el alcohol a las bebidas?

 (Un texto de 

Año tras año, a principios de ídem, millones de mamíferos nos hacemos la muy loable promesa de reducir nuestra ingesta alcohólica y eso está, a todas luces, bien.

Otra cosa es que lo logremos. Hay muchos motivos que nos pueden llevar al fracaso: que el consumo de alcohol está ligado a nuestra cultura, que el alcohol es una droga que engancha –y acarrea serios problemas sociales y de salud– y que hasta hace poco era complicado encontrar bebidas con las que puedas pintarte la ilusión de beber una copa.

En este último aspecto –el de encontrar un sustituto digno– se ha avanzado bastante. Existen varios métodos para elaborar una bebida sin; el más obvio es trabajar sin alcohol. Ya, las risas se escuchan desde aquí, pero algunas de las bebidas que simulan ser ginebras, rones, whiskys, etc. se elaboran mediante infusión de botánicos en un líquido extractante no alcohólico, como el agua, al que se da textura –el alcohol aporta textura– añadiéndole algo de glucosa. ¿Son entonces bebidas azucaradas? No, tampoco es eso: la cantidad de azúcar es ínfima, en algunos casos es de un gramo por 100 ml. Además, en una copa de Gin Tonic usarás unos 30 ml de una bebida de este tipo.

Otra forma de quitar el alcohol, empleada en el caso de algunas cervezas, consiste en filtrar la bebida por un tamiz de agujeritos microscópicos que separará líquidos –agua y alcohol– de sólidos (restos de malta y levadura). Los restos sólidos forman algo así como una pasta de cerveza deshidratada que, vuelta a mezclar con agua, se convierte en cerveza sin alcohol.

Otra solución consiste en destilar un bebida alcohólica ya terminada a baja presión. Las bebidas alcohólicas están compuestas en un porcentaje muy alto de agua; que hierve y se evapora a 100 ºC y por un porcentaje de alcohol, que también hierve y se evapora a unos 75 ºC. Por lo tanto, calentando el líquido chuzante a 75 ºC, perderíamos el alcohol; lo malo es que a esta temperatura también se pierden muchas cualidades organolépticas. Sin embargo, los líquidos disminuyen su punto de ebullición a medida que baja la presión ambiental; así que calentando un líquido a menor temperatura, se evapora el alcohol y se respetan sus cualidades organolépticas.

La cuarta técnica, y la más sofisticada, consiste en hacer pasar dos veces la bebida alcohólica por un alambique de columna sometido a baja presión. Primero se separarán los aromas, que se almacenarán en un depósito. Después se escindirá el alcohol –que se desechará– del agua, y esta se mezclará de nuevo con los aromas. Así, por ejemplo, se desalcoholizan los mejores vinos sin alcohol.

martes, 25 de noviembre de 2025

Tortilla sin huevo y "arroz por cojones": la gastronomía hambrienta de posguerra

(Un artículo de Carlos Doncel en El País del 14 de octubre de 2021) 

Almorta, tagarninas, 'arroces' sin arroz, huesos de jamón en alquiler... El hambre de muchos españoles tras la Guerra Civil abrió paso a nuevos ingredientes y platos que intentaban a duras penas recordar tiempos mejores.

El blanco pan de trigo desapareció de las mesas de miles de españoles durante la posguerra para tornarse negro. Y no fue lo único, también se volvieron inaccesibles para una mayoría pobre muchos de los alimentos considerados básicos: huevos, queso, carne, leche, fruta fresca o café. Solo había hambre. Hasta el punto de que, entre 1939 y 1951, “al menos 200.000 personas murieron por inanición o por enfermedades derivadas de una deficiente alimentación”, tal y como señalan los historiadores Peter Anderson y Miguel Ángel del Arco.

Fue entonces cuando surgieron numerosos platos hijos de la carestía. Y no por esa repetida falacia de que el hambre agudiza el ingenio: no tener prácticamente nada que comer forzó a las clases populares a cambiar ingredientes en algunas recetas o a mezclar de forma inédita otros tantos por pura necesidad. Lo poco que había en la alacena se tenía que aprovechar. Más de una década de guisos casi vacíos, pan negro y sopas insípidas que conformaron una gastronomía tan propia como paupérrima: la de la posguerra.

Los alimentos que nadie quería

“En la posguerra las familias pobres comen incluso peor que antes de la contienda porque ya no tienen tan a mano patatas, col o tocino. La base de su alimentación pasa a ser legumbres, frutos y cereales de poco prestigio, como el centeno o la bellota”, comenta la gastrónoma Inés Butrón. Además de estos, había castañas, boniatos, lentejas, garrofa, altramuces o almortas, tal y como recoge la propia Butrón en su libro Comer en España. De la cocina de subsistencia a la cocina de vanguardia.

Precisamente la almorta, una planta leguminosa, provocó una epidemia a nivel nacional durante los primeros años de posguerra: “La epidemia de latirismo que tuvo lugar tras la Guerra Civil española tuvo una relación directa con el hambre y la desigualdad social. La falta de abastecimiento y la carestía de los alimentos propiciaron (...) un aumento de la producción y del consumo de almorta, guija, muela o tito”, ilustran en un estudio Isabel del Cura y Rafael Huertas, que explican que si la ingesta de almorta se mantiene por periodos de uno a tres meses en unas cantidades mínimas de 200 a 400 gramos, “puede desencadenar una afección neurológica tóxica sobre individuos normales o sobre población desnutrida”. Comían su propia enfermedad.

En una época de tanta hambre los límites de lo comestible se ensanchan y se empiezan a consumir alimentos que hasta entonces no se concebían como tales. La carne era algo prohibitivo, así que hubo gente que tuvo que consumir animales poco habituales: “Eso de dar gato por liebre viene de este periodo, porque el gato cocinado sabe casi igual que la liebre. En Extremadura incluso hubo gente que comió cigüeñas, perros o burros pequeños. Muchos tuvieron que traspasar ciertos límites y tomar alimentos que hasta entonces eran tabú”, declara el doctor en Antropología David Conde, autor junto a Lorenzo Mariano del libro Cuando el pan era negro.

Aunque el hambre era algo generalizado a toda España, había diferencias entre aquellos que estaban en el campo y los que residían en la ciudad, donde vivían a merced de las cartillas y el estraperlo. “En el campo siempre había algún recurso, como las tagarninas, los cardillos o el palmito, que no encuentras en las ciudades. Hay una frase muy reveladora que dice que 'España se comió el paisaje', porque el campo estaba lleno de todo tipo de hierbas amargas pero comestibles”, relata Inés Butrón. “Se lo he dicho a mis hijos, aquí venía yo a pacer hierba como las bestias, que iba a un regato y cogía e iba a por aderones y por la hierba que hubiera. Allí los cogíamos agrios. No había pan, no había para comer. Hambre, hambre y hambre. Hambre todos los días”, contó Crescencia, de Montehermoso (Cáceres), a Conde y Mariano para su obra.

Los platos de siempre, con otro sabor

Pero aunque los ingredientes cambiaron, los platos, o más bien la idea que se tenía de ellos, se mantuvieron. El café pasó a ser de achicoria, de cebada, de algarrobas o de bellotas tostadas para tomar algo que se pareciera a aquel bebedizo oscuro y caliente imposible de conseguir. “Mi madre me decía que en Cádiz había recetas como la de papas con carne, que se hacía con patatas, laurel, vino y ajos, y que te recordaba al olor del estofado de carne”, dice la escritora Inés Butrón.

La gente no quería dejar de comer los platos que llevaba años consumiendo, a pesar de que no tuvieran los ingredientes necesarios para elaborarlos. Así es como se entiende que el cocinero catalán Ignacio Doménech publicara en su obra Cocina de recursos (Deseo mi comida), escrita en 1937 y 1938, la receta de la tortilla de patatas sin patatas ni huevo, hecha con la parte blanca de las naranjas, cebolla, ajo, harina de trigo, bicarbonato y agua. O la de calamares fritos sin calamares, con cebollas, harina, agua y un poco de aceite. O los polvorones y las migas de bellotas que incluyen en su obra David Conde y Lorenzo Mariano.

“Hay platos que lo que remiten al original es solo el nombre, no tienen nada que ver ni con los ingredientes ni con la forma de preparación. Pero pretendían continuar sus hábitos porque en el fondo, al hacerlo con la comida, estaban intentando mantener su identidad, lo que eran”, razona Lorenzo.

El consumo de la carne se redujo muchísimo por su elevado coste —según apunta en un artículo Margarita Vilar, de los 30,92 kilos al año por persona en 1922-26 a 14,36 kilos en 1940—, lo que provocó que se hicieran muy populares guisos con frutos, cereales o legumbres sin bocado animal alguno. A tal punto llegó la escasez de este producto entre los más pobres, que en aquel tiempo surgió la figura del sustanciero: un hombre que iba casa por casa con un hueso de jamón para introducirlo unos minutos en la olla de quien quisiera, y de esta forma darle un poco de sabor al puchero en cuestión. Siempre a cambio de unas monedas, por supuesto.

Asimismo, la tesis doctoral de Isabel González Turmo, titulada Comida de rico, comida de pobre, revela la popularidad que alcanzaron recetas como el potaje de castañas, las gachas y poleás o los potajes de trigo en este tiempo. A este último plato lo llamaban en algunos pueblos de Andalucía el "arroz de Franco" o "arroz por cojones" porque, efectivamente, no llevaba arroz: se preparaba con trigo, tomate, pimiento, ajo y, como única grasa, aceite. "Para colmo, requería de una pesada y, en muchos casos, clandestina elaboración, pues la escasez de trigo obligaba a que lo robaran o almacenaran ilegalmente", precisa Isabel.

Autarquía y cartillas de racionamiento, las causas del hambre

Franco implantó cuando tomó el poder en 1939 una política económica basada en la autarquía, esto es, en el autoabastecimiento del país. Una medida que, según define el doctor en Historia Miguel Ángel del Arco, “fue un absoluto fracaso”. Pero aquello era una dictadura, claro, así que la propaganda franquista procuró eximir de toda culpa al régimen por el empeoramiento de la hambruna que había provocado esta decisión.

“Hubo un momento en que el régimen ya no pudo ocultar el hambre y lo achacó primero a las consecuencias de la Guerra Civil, al aislamiento internacional, luego a la Segunda Guerra Mundial y después a la sequía. Pero la historia ha demostrado que ninguno de esos argumentos son lo bastante sólidos como para justificar un periodo de hambruna de 13 años”, explica el antropólogo David Conde. “En el bando republicano en la Guerra Civil sí hubo un hambre importante, pero nada fuera de lo normal dentro de un contexto bélico. Durante la posguerra, a una situación de base mala se unió una catastrófica derivada del desastre que supusieron las políticas autárquicas impuestas por Franco”, apunta Conde.

Otra de las medidas que adoptó la dictadura franquista para intentar solucionar la escasez de alimentos fue la implantación en 1939 de las cartillas de racionamiento, que se retiraron en 1952. Estas partían de una optimista y sencilla idea: lo que tenemos, que se reparta de forma equitativa entre todos. Pero como ocurre en cualquier dictadura, la realidad fue bien distinta: “La diferencia entre lo que el régimen publicaba que debía entregar con la cartilla y lo que al final llegaba era muy grande. Si decía que tenían que dar 400 gramos de garbanzos, muchas veces llegaban 150. Este era el drama”, ilustra David Conde.

Además, las cantidades de alimentos que fijaba la dictadura por persona eran ya de por sí escasas. Para hacernos una idea, según el libro Comer en España, en 1946 cada español recibió de media al año 2,11 kilos de legumbres, 60 gramos de tocino, 650 de bacalao y 690 de pasta para sopa, por ejemplo. Una miseria.

Esta política basada en el extremo intervencionismo de productos básicos y en la fijación de precios provocó, según afirman Anderson y del Arco, que floreciera el mercado negro en toda España, que desaparecieran de los comercios muchos alimentos de primera necesidad y que los precios se elevaran “de forma espectacular”. En definitiva, lo que en un principio pretendía remediar la escasez, solo consiguió aumentar aún más el hambre de las familias con pocos recursos.

Una hambruna de clase

Mientras cientos de personas morían por desnutrición o por enfermedades causadas por una mala alimentación, otros se hacían ricos con el estraperlo. “Hay que tener en cuenta que no todo el mundo pudo acceder al mercado negro. Eso hace que el hambre de posguerra en España fuera muy desigual: el que tenía medios iba al mercado negro y podía comprar lo que fuera”, dice el antropólogo Lorenzo Mariano.

Un producto tan básico y elemental como el pan pasó de costar en Palencia 0,44 pesetas la pieza de 650 gramos en julio de 1936, a 6 pesetas el kilo en el estraperlo en el año 1941. En la misma ciudad, los huevos subieron desde 2,40 pesetas la docena en julio de 1937 hasta las 18 pesetas que alcanzó como precio máximo solo cuatro años después, según el historiador Cándido Ruiz. El salario medio de un trabajador de la industria en 1945, tal y como recogió Público, era de 12,27 pesetas al día. “El mercado negro era una cosa prohibitiva, no era una solución para todo el mundo”, declara Lorenzo.

Todo esto ocurría mientras en el Palace de Madrid se celebraban menús a los que acudían la élite económica, grandes estraperlistas y gente del Régimen, y que consistían, en el caso del dos de diciembre de 1947, en “caldo doble de gallina, gran surtido de fiambres, bellavistas de foie-gras, pavo trufado, ensaladilla Gredos, melocotón helado, tarta mascota y café”, según recoge la obra Comer en España. Las clases bajas, con cartillas de miseria y productos básicos con precios infladísimos, sobrevivían a base de ingredientes indeseados y recetas poco nutritivas.

Por suerte aquel periodo de hambruna colectiva pasó y muchas recetas desaparecieron con él. Los que sobrevivieron a aquel trágico periodo han fallecido en su mayoría o tienen ya una edad muy avanzada. “Nosotros llegamos, tarde pero llegamos. Casi una década después, con personas que rondan los 90 y 100 años, es muy complicado recoger relatos de primera mano”, admite David Conde. Solo nos queda recopilar sus testimonios y acercarnos a esta gastronomía de la miseria para honrar la memoria de aquellos que comieron cuando no había nada que comer.

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Tortilla de guerra con patatas simuladas

Esta es la receta que creó el cocinero Ignacio Doménech para su libro Cocina de recursos (Deseo mi comida), publicado en 1941 y redactado tres años antes. "En esta época, ni los enfermos pueden disponer de esos brillantes de la cocina que son las patatas. Lo mismo ocurre con los huevos, es un afortunado el que consigue huevos frescos a 50 pesetas la docena", escribió Doménech.

TORTILLA DE GUERRA CON PATATAS SIMULADAS

Ingredientes

Para 3 personas

3 naranjas de corteza gruesa

Cebolla

Sal

1 diente de ajo

Aceite

4 cucharadas de harina de trigo

1 cucharadita de bicarbonato

Un poco de pimienta blanca en polvo

Agua

Preparación

Rallar la cáscara de la naranja hasta que aparezca la parte blanca.

Cortar esta parte blanca en pedacitos aplanados con un cuchillo fino. Echar las tiras en agua durante dos o tres horas.

Cuando haya transcurrido este tiempo, escurrir, salar y freír en una sartén con un poco de cebolla cortada como si se tratara de una tortilla de patatas normal.

Para la composición "huevo", frotar el fondo de un plato sopero con el ajo, añadir tres o cuatro gotas de aceite, sal, la harina, el bicarbonato, la pimienta blanca y 8-10 cucharadas de agua. Batir hasta que no se haga grumo alguno.

Mezclar la cebolla y las mondas de naranja fritas con la composición "huevo", verter en una sartén y cocinar por ambos lados a la manera de una tortilla tradicional. Servir. 

viernes, 21 de noviembre de 2025

Las propiedades del cardamomo, la tercera especia más cara

(Un texto de Ana Durá en El Confidencial del 

Está presente en muchas culturas y su sabor despierta pasiones. Lo hallamos en las galletas de Navidad alemanas, en el curry de la India y en el café de los bereberes. Puro exotismo.

El cardamomo se abre camino a marchas forzadas en nuestra alimentación. No en vano, es un producto que, aunque nutricionalmente no destaca, presenta evidentes beneficios para la salud bastante insospechados y dispares. Así, según diversos estudios, es capaz de reducir la presión arterial al tiempo que nos protege del desarrollo de tumores, incluso combate la halitosis o el mal aliento. Una propiedad de la que ya estaban al tanto los antiguos egipcios y que resiste en los países árabes, donde no es difícil sorprender a algunos de sus ciudadanos mascando cardamomo.

A tenor de lo expuesto, seguro que a muchos les pica la curiosidad por esta especia y les apetece probar en sus carnes dichas propiedades. Por supuesto, antes que nada, vamos a adentrarnos en la historia de este condimento cuyo empleo goza de gran tradición en países como la India, donde lleva milenios en la cocina. No en vano, el curry y el garam masala -'garam' significa picante y 'masala', mezcla de especias- incluye el cardamomo. También el té chai, una manera más de disfrutar de esta especia.

Las colinas Cardamomo

El cardamomo procede de las selvas tropicales de la India, Sri Lanka o Malasia. Incluso podemos recorrer de cabo a rabo un sistema montañoso que honra a este condimento, las colinas de Cardamomo o Yela Mala, en el estado de Kerala, al sur de la India. Estas montañas se integran en el macizo de los Ghats Occidentales. En realidad, cuando hablamos del cardamomo nos referimos a la semilla de una planta de la familia del jengibre, la Elettaria cardamomun, cuyo tamaño y apariencia son similares a los de un pistacho sin cáscara.

En Europa también goza de su público, pues los países escandinavos sienten predilección por esta especia, junto a otras como el jengibre o la canela, para su repostería. Sin ir más lejos, en Alemania no conciben sus tradicionales galletas navideñas, las lebkuchen, sin un ingrediente como el cardamomo. Mientras que los bereberes preparan su café en cafeteras especiales con vainas de cardamomo en la boquilla. Lo cierto es que, a lo largo y ancho del mundo, el cardamomo consigue colarse en la cocina.

No obstante, fue durante los años de la India colonial cuando los ingleses aprovecharon su dominio para establecer plantaciones en el país. Así, llegó a convertirse en el principal productor del mundo, aunque ahora Guatemala ocupa el primer puesto pues la industria del cardamomo supone el 1% del PIB de su economía. Las zonas de cultivo se concentran en el norte, en los departamentos de Huehuetenango, Quiché, Alta Verapaz, Petén, Zacapa e Izabal. Por cierto, fueron los inmigrantes alemanes los que iniciaron el cultivo de la especia en este país sudamericano.

Influencia antitumoral

Como decíamos, los países de oriente tienen gran afición por el consumo de cardamomo. Por lo tanto, no es de extrañar que este haya protagonizado muchos de sus estudios. En este sentido, una investigación fechada en 2012 por la Universidad de Hai en Arabia Saudita, y publicada en el 'Journal of Medicinal Food', ya colocó en muy buen lugar a esta especia tras observar una reducción significativa en los valores de incidencia tumoral, carga tumoral, rendimiento tumoral y el número acumulativo de papilomas en ratones, a los que se había administrado 0,5 miligramos de polvo de cardamomo.

El mayor productor de cardamomo es Guatemala, donde el cultivo de la especia supone el 1% del PIB

También se le atribuye un efecto preventivo del cáncer de colon, dado que estimula la apoptosis, es decir, la muerte natural de las células dañadas. Asimismo, la especia serviría para mantener a raya la tensión alta, según evidenció un estudio realizado a 20 individuos durante 12 semanas. Según explican en la web de la Fundación Española de Nutrición (FEN), el cardamomo estimula el apetito, alivia los cólicos y puede incluso llegar a contrarrestar la diarrea. No obstante, nutricionalmente hablando no es ningún portento. Así, desde la FEN, precisan que su aporte de vitaminas es mínimo.

Tipos de cardamomoFoto: iStock.

Si hablamos de cardamomo, debemos distinguir varias clases con aplicaciones muy diversas:

  • Cardamomo verde. Muy empleado para aromatizar alimentos líquidos como guisos, caldos, currys y salsas, además de infusiones y cafés. Tampoco es raro que nos sirvan un gin-tonic con cardamomo verde.
  • Cardamomo blanco. El cardamomo blanco se obtiene tras el lavado de la vaina verde y, por lo tanto, no se puede considerar una variedad en sí misma. Se suele emplear para la elaboración de arroz aromatizado, sopas o para marinar ensaladas.
  • Cardamomo negro. Este tipo posee un aroma fresco, intenso y ahumado, además de desprender un toque alcanforado. A diferencia del verde, su tamaño es mucho mayor y tiene un intenso sabor. Esta última circunstancia impide que lo usemos alegremente en la cocina, pues corremos el riesgo de arruinar el plato por un exceso de cardamomo.

El cardamomo debe ser cosechado a mano, pues las diferentes vainas no maduran a la vez. Una minuciosa labor que se evidencia en el precio, pues es la tercera especia más cara del mundo por detrás del azafrán y la vainilla. Su presentación más común es embolsado o en tarros especieros de semillas completas, pues una vez molido pierde sabor.

 

martes, 18 de noviembre de 2025

Jägermeister

(Leído en Facebook, donde lo habían cogido de los archivos de historia del Jägermeister, 2025)

Muchos lo toman sin saberlo: el Jägermeister es uno de los licores herbales más antiguos y complejos del mundo, creado no para la fiesta, sino para sobrevivir al frío alemán.
En 1934, Curt Mast diseñó una fórmula secreta basada en 56 hierbas, raíces y especias, inspiradas en los tónicos invernales que los alemanes usaban desde hace siglos. Su objetivo era claro: crear un elixir capaz de calentar el cuerpo, activar la circulación, mejorar la digestión y aliviar malestares causados por el invierno extremo.
Entre las plantas que se conocen (aunque la receta completa sigue guardada bajo llave) están:
regaliz, jengibre, anís estrellado, canela, clavo, enebro, cardamomo, cítricos amargos, ginseng, cilantro, amapola y cortezas aromáticas. Cada una aporta propiedades circulatorias, digestivas o estimulantes que explican su sabor intenso y su aroma profundamente herbal.
Lo fascinante es cómo se usaba en sus primeros años: muchos soldados alemanes lo bebían para soportar el frío, aprovechando su efecto cálido y su mezcla botánica para enfrentar temperaturas bajo cero. No era un licor recreativo; era un tónico funcional, pensado para mantener el cuerpo activo en condiciones durísimas.
Con el tiempo se convirtió en un ícono mundial, pero su esencia sigue siendo la de un elixir antiguo diseñado para fortalecer, calentar y estimular, mucho antes de que se volviera un trago nocturno.

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