martes, 9 de diciembre de 2025

El bisalto: mucho por descubrir

(Un artículo de Miguel Carravedo Fantova en el Heraldo de Aragón del 10 de mayo de 2021)

Consultando numerosas enciclopedias especializadas mundiales para averiguar, con certeza, el nombre binomial del bisalto, reconozco haberme hecho un poco de lío, pues he encontrado varias alternativas, todas ellas derivadas del guisante, a saber: ‘Pisun sativum L.’.

Empiezan a ser bisaltos ‘Pisun sativum subs. sativum’, pero también ‘subs. arvense’, e incluso sin subespecie, otorgándole el título, solo binario de ‘Pisum arvense’, y aún colea otra opción como una variedad botánica, concretamente ‘Pisum sativum var. hortense’. Dicho de otra forma, puede haber varias especies-subspecies-variedadades para llamar los bisaltos, entendiendo por bisalto ‘una variante del guisante de vaina comestible’ y, en general, de vaina más ancha y fácilmente cocible. La palabra proviene del mozárabe ‘biššáu’.

Nuestro bisalto se caracteriza por tener vainas anchas, mucho más anchas y tiernas que las del guisante, y granos más o menos lisos y algo alveolados. La vaina es tierna e ideal para comer cocida. El número cromosómico de ambas es el mismo 2n=14, lo que les confiere un abrumador parentesco.

La ‘variedad’, botánicamente hablando, no es una selección humana, sino accidental, obra de la naturaleza. En este caso tiene la vaina algo menos ancha y algo mas dura con semilla papilosa y con prominencias cónicas.

Y el guisante común tiene varias especies, a saber: arvense, brevepedunculatum, macrocarpon, hortense y pumilio. Ninguna en cultivo en nuestro país que yo sepa, excepto sativum. Llamadas también arvejas en muchos lugares, genera una delicada y compleja identificación.

Cuando Vavílov recorrió España le llamó mucho la atención la ‘arveja’. Yo creo que se refería al bisalto porque las arvejas son propiamente ‘Vicias’, ‘Lathyrus’ e incluso ‘Onobrychis’ (arveja de asno), utilizadas como forraje, y a él le atraía mas lo comestible para el hombre: él estaba destinado para paliar el hambre del ser humano.

Algo aclarados estos pequeños detalles (no del todo) pasemos al bisalto subespecie, no sin antes comentar que existen otras subespecies como ‘elatius’ (recuerda al bisalto), ‘abissinicum’, ‘asiaticum’ y ‘transcaucasicum’, que intuyo son homotípicos o del arvense o del sativum, o tal vez del hortense, como subespecie. De todas maneras son desconocidas en España que yo sepa, y puede que en Europa, pero existen en la Naturaleza.

La taxonomía no es mi fuerte, pero presiento que hay un interesante campo para investigar, campo al que invitaría a trabajar a gente o instituciones interesadas en esta planta, no profundamente estudiada y a menudo de manera confusa. El INIA (Instituto Nacional de Innovación Agraria) tendría la palabra, o tal vez el CITA, más aragonés; los marcadores moleculares aclararían muchas cosas. Y se presume algún viaje a Extremo Oriente a investigar el asunto para ver qué guisantes comen por allí con vaina y traerse material para estudiarlo aquí. Fascinante trabajo como comienzo del estudio. Soy consciente de que quizás esto no es muy ameno, pero he querido incidir en colocar al bisalto en su sitio botánico, ya que es una verdura muy conocida en Aragón y con cientos de recetas gastronómicas que ni se me ocurre citar. Pero esa área que abordo está apenas trabajada.

Al bisalto se le llama coloquialmente también miracielos o tirabeque porque posee sendos hilos en las suturas ventrales y dorsales de la vaina muy fibrosos. Cocidos quedan colgantes al estirar de la vaina con los dientes y mirando al cielo. Fatal si se tiene dentadura postiza móvil. Siempre he creído que comerlo así en un restaurante no resulta muy fino. En mi casa y no por finura, sino por comodidad, le quitamos muy fácilmente los hilos antes de cocer. Luego es todo miel sobre hojuelas.

Y ahora les cuento algún recuerdo de mi niñez relacionado con los bisaltos. Allá por los años cincuenta, mi abuelo Luis Fantova, de Alquézar, me hacia bajar al huerto de la casa, un huerto muy grande con dos fajetas para trabajar. En una zona del huerto sembrábamos los granos de bisalto que guardaba del año anterior. Los guardaba en una jarra de barro con tapón de corcho entre cenizas porque sino se "cucaban", me decía.

Era obligatorio hacer la siembra al anochecer porque si se hacía de día, los ‘gurrions’ sabían lo que hacíamos y estaban merodeando, ojo avizor, para desenterrarlos y comerse los sembrados granos en que nos fuéramos, algo que ocurría en todo el pueblo. De esta manera, al día siguiente, decía el abuelo, ya se habían olvidado del lugar (algo que dudo). También se ponían mandiles para que no ‘esgarraparan’. Por cierto, las plántulas también eran objeto de deseo del pájaro. Más tarde se solucionó con tresmallos de pesca y mallas normales, donde se les enganchaban las patas y ya huían asustados sin ganas de volver.

La vuelta al hogar, tras la siembra, cuya nocturnidad se apuraba, se hacía con candil de aceite, cuyas cintiladas por los techos y paredes me producían escalofríos. El abuelo me cogía de la mano para que no me cayera pero mi miedo era más profundo que el simple hecho de caerme. Las tenebrosas escaleras con las enormes mulas alteradas por nuestra presencia, el olor a su estiércol, como también al de gallinaza y conejo, que criábamos, me duraba toda la noche, no sé si en la ropa, zapatos o en la mente, pero mi espíritu estaba repleto de gozo y de exacerbación de una vocación agronómica que se estaba incubando.

 

viernes, 5 de diciembre de 2025

La cocina en pase de revista

 (Un texto de Ana Vega Pérez de Arlucea leído el 

Me preguntan a veces si no creo desmedida, exagerada y atorrante la atención que hoy en día dedicamos a la gastronomía. Mi respuesta suele ser que sí y que no, las dos cosas a la vez. Aquí entre ustedes y yo les diré que a veces me cansa terriblemente la importancia que los medios otorgan a la alta cocina, a sus estrellas y al infinito ciclo de aperturas, cierres, reseñas, tendencias, listas y otros dimes y diretes que atañen al sector. Creo sin embargo que nunca es demasiado el espacio consagrado a hablar de la alimentación, esa actividad tan obligatoria como placentera para la vida humana. A pesar de que el Soylent ya se ha inventado -y no hecho a base de gente- parece que de momento comer seguirá impepinablemente asociado a cocinar y mientras haya que guisar todos los días (tú, tu abuela, el empleado del restaurante a domicilio) necesariamente seguirán siendo relevantes los contenidos gastronómicos en prensa, televisión, internet o el formato que el futuro nos depare.

Si a ustedes les parece excesivo el runrún culinario actual, imagínense lo que tuvieron que pensar nuestros antepasados cuando hace 140 años la cocina se convirtió en el tema de moda. En poco más de un lustro el asunto coquinario pasó de ser completamente ignorado a convertirse en estrella mediática, materia de conversación habitual y prácticamente obsesión nacional. Aunque algunas publicaciones como 'La Risa' (1843), 'El Hogar' (1866), 'El Imparcial' (1869) o 'El correo vascongado' (1873) publicaran habitualmente recetas o tuvieran incluso una sección de cocina, el verdadero bombazo llegó con el cruce de cartas que sobre la manduca y sus filosofías publicó 'La Ilustración española y americana' entre los años 1876 y 1877. Firmadas por el Doctor Thebussem -alias de Mariano Pardo de Figueroa- y un supuesto Cocinero de Su Majestad -pseudónimo de José Castro y Serrano-, aquellas sabrosas epístolas no sólo acabaron siendo recopiladas en 1882 en un libro titulado 'La mesa moderna', sino que cambiaron radicalmente la imagen que los lectores españoles tenían de la cocina nacional. Como si de Patrick Swayze en 'Dirty dancing' se tratara, de repente los gastrónomos decidieron que no dejarían que nadie (léase flamante cuisine francesa) pudiera arrinconar a los sabores patrios. El renacimiento de los fogones castizos implicó una tremenda explosión mediática reflejada en artículos, columnas o secciones especializadas, en la publicación de infinidad de recetarios y también en el nacimiento de un nuevo género editorial: la revista gastronómica. Sobre esta materia pueden ustedes encontrar trabajos tan interesantes como 'La gastronomía en la prensa española del siglo XIX' (Aguirregoitia y Fernández, 2015) e incluso una señora tesis doctoral presentada en 2018 bajo el título de 'Génesis y evolución de la revista gastronómica en España' (Nuria Blanco Hernández).

Les falta un único dato: antes que 'La mesa moderna' (1893), 'El Menú' y 'La cocina elegante' (ambas de 1904), 'El gorro blanco' (1906), 'El arte culinario' (1907) o 'Cocina artística y casera' (1917), antes que todas ellas estuvo otra revista. Tan misteriosa y desconocida que ninguno de sus números ha pasado a la posteridad, que yo sepa, y solo he encontrado datos de ella a través menciones en otras publicaciones. Se llamó 'La cocina española' y apareció a finales del año 1886, en Madrid. Fue la revista oficial de la asociación de cocineros El Arte Culinario y se publicó fielmente cada diez días al menos hasta marzo de 1889. Sobre ella sé poco más aparte del nombre de uno de sus directores, Julián Rodríguez de Cea, y que a pesar de su limitada tirada tuvo una gran impacto entre los profesionales de la hostelería y los aficionados al buen comer por estar consagrada «al fomento y desarrollo del arte culinario español».

En sus páginas se iban turnando cocineros, gourmets, literatos y científicos: el poeta venezolano Paulo Emilio Romero, el escritor segoviano José Rodao Hernández, el crítico literario Fray Busilis, el periodista gallego Julián Rodríguez de Cea, el médico Luis del Portillo y Mestres o el mismísimo Thebussem.

De la parte técnica se encargaban chefs profesionales como Loreto Capella (antiguo jefe de cocinas del Palacio Real) y sus contenidos incluían desde estudios sobre los caracoles comestibles a repasos históricos sobre el arte del trinchado o el uso del tenedor. Le dio una buena pátina de respetabilidad y academicismo a la cocina, siempre priorizando al garbanzo por encima del 'entrecôte'.

Como dijo el periodista Manuel Ossorio y Bernard (1839-1904) en marzo de 1887, aquella revista se proponía hacer la guerra a la cocina extranjera y su misión debía ser la de restablecer «las cosas a su natural estado en nuestra cocina, llamar al pan, pan y al vino, vino; abogar por los pollos con tomate, el bacalao a la vizcaína, las pescadillas fritas, las alcachofas rebozadas, las natillas con canela, el arroz con leche, las migas con torreznos y otros platos sustanciosos, plásticos y sanos que eran el encanto de nuestros padres». Ojalá haya algún ejemplar de 'La cocina española' escondido por ahí...

martes, 2 de diciembre de 2025

Kamado, el horno milenario que vuelve a estar de moda

(Un artículo de Iker Moran en La Vanguardia del 6 de julio de 2021)

Esta parrilla antiquísima de origen japonés alcanza una temperatura de hasta 400ºC.

Cuesta alrededor de 1000 euros -o más- y se ha convertido en un objeto de deseo de los que quieren llevar el arte de la barbacoa a otro nivel. En realidad, hace miles de años que se usa este polivalente horno de origen asiático elaborado con arcilla, pero en los últimos tiempos se ha popularizado en restaurantes y hogares. Hasta tal punto que ahora mismo hay lista de espera para conseguir uno.

¿Horno o barbacoa? Horno, sin duda, aclara Juan Manuel Benayas, uno de los mayores expertos en fuego, barbacoas y brasas en España y responsable de La Carbonería en Madrid, una de las poquísimas tiendas especializadas en combustibles para barbacoas.

En 2014 él ya andaba trasteando con un kamado y según apunta, en esta lista de pioneros también debe figurar el restaurante Yugo Bunker de Julián Mármol. Pablo Albuerne -más conocido por aquí y por todos lados como Gipsy Chef- también lo incorporó a sus herramientas en La Zorra, el restaurante de arroces que regenta en Sitges.

“Los descubrí hace años en Alimentaria y al acabar la feria compré los tres que tenían en el stand de Kamado Joe”, recuerda. Tras probarlos en el restaurante durante un verano, había un problema: el humo y la cercanía al paseo marítimo de la localidad eran una mala combinación. Tampoco el diseño en forma de huevo y el limitado espacio para cocinar ayudaba. Ahora tiene uno, el grande, en su casa.

Desde 1974

El tamaño del espacio disponible para cocinar es una de las principales limitaciones de los kamados. También su peso y, claro, el precio. “Ahora mismo hay que sospechar de cualquiera que cueste menos de 800 euros, será una maceta vendida como kamado o no estará hecho de arcilla y acabará dando problemas con el calor”, advierte Benayas.

Pese a ello, en su tienda -donde venden las principales marcas de este incipiente segmento- hay lista de espera para hacerse con uno. Los más vendidos son los de Kamado Joe -explica-, aunque es verdad que él mismo define el Big Green Egg como el “Ferrari” de este tipo de hornos.

Cualquiera que cueste menos de 800 euros, será una maceta vendida como kamado o no estará hecho de arcilla

Y es que fue precisamente esta marca americana la que a partir del diseño original lo empezó a introducir en el mercado estadounidense con su característico color verde a partir de 1974. A España llegaron de forma oficial en 2016, apuntan sus portavoces.

La mayoría de compradores son particulares -confirman- que quieren algo más que una barbacoa de carbón, gas o eléctrica en su terraza o jardín. De ahí la creciente variedad de tamaños, incluidas las versiones más pequeñas que resultan algo más manejables y económicas.

Baja temperatura

¿Y cómo funciona un kamado? ¿Qué lo hace tan especial? En la base harán falta unas brasas de carbón. La bóveda cerámica, el sistema de doble tiro inferior y superior, y la tapa aportan las peculiaridades a la hora de cocinar.

No sólo se trata de conseguir una temperatura alta y duradera, sino también controlable gracias a ese sistema de doble tiro superior e inferior que permite, por ejemplo, cocinar durante horas una carne a 70 grados.

No es para quien quiere asar un poco chorizo y panceta en la barbacoa del domingo

Pablo AlbuerneChef del restaurante La Zorra

“Es un caballo con mucha potencia, si sabes llevarlo es maravilloso, pero hay que aprender a controlarlo, porque si se arrebata es infernal”, apunta Albuerne. Entre sus ventajas, la recirculación del calor que permite cocinar de forma homogénea. También que ofrece mucho calor y durante mucho tiempo con poco carbón y que, además, también sirve para ahumar.

“La cerámica es esencial y, como se cocina cerrando el domo superior, la circulación del aire permite una jugosidad y sabor que lo hacen único”, defienden desde Big Green Egg.

Abstenerse los domingueros de la barbacoa

Para cocciones largas, poca cantidad y ahumados profundos es insuperable, coinciden quienes lo han usado. ¿Y no se puede conseguir lo mismo con una barbacoa?

Se puede intentar ese control de temperatura con algún modelo con tapa, explica el responsable de La Carbonería. Pero al ser metálica, en ningún caso será posible mantener el calor durante tanto tiempo, matiza.

La temperatura que puede llegar a alcanzar y el diseño abovedado también puede recordar a un horno para pizzas. De hecho, Albuerne también le da ese uso de forma habitual, con una piedra colocada sobre la superficie de cocción.

“No es para quien quiere asar un poco chorizo y panceta en la barbacoa del domingo, pero si te gusta encenderlo por la mañana y cocinar 5 o 6 horas seguidas es perfecto”, concluye Benayas.

Y no sólo carne, ojo. Además de arroces, él también es un firme defensor de las brasas y el fuego para las verduras y, de hecho, acaba de publicar Barbacoa Veggie, un libro y recetario dedicado al tema. Una coliflor entera durante un par de horas en el kamado queda sensacional, recomienda.

Free counter and web stats