(Un texto de Caius Apicius en el Heraldo de Aragón del 31 de diciembre de 2016)
¿Cuánto tiempo hace
que no se bebe usted un clarete? Si me apuran, ¿cuánto hace que ni
siquiera oye hablar del clarete? Es cierto que, salvo contadísimas
excepciones, los claretes nunca gozaron de gran prestigio, aunque sí de
bastante popularidad.
El Diccionario, como siempre, pasa: "Especie de
vino tinto, algo claro". Eso y nada, todo uno. Si va usted a mirar
"rosado", el redactor, que debía de tener el día perezoso, se contenta
con un "vino que tiene este color". Queda claro que el Diccionario, que
sigue llamando "caldo" al vino, no vale para nada tampoco en este
terreno.
Decíamos que no tenía
prestigio, pero sí popularidad. En algunos casos muy concretos, ambas
cosas: pensemos en los claretes vallisoletanos de Cigales, que conocí
cuando yo empezaba a ir de vinos con los amigos, en La Coruña, en la
única taberna donde el vino de la casa, servido en jarras, era un buen
clarete de Cigales. Por entonces, en todo lo que hoy es la Ribera del
Duero eran típicos los claretes; también en La Rioja, donde en San
Asensio les siguen haciendo fiesta.
Un clarete es el vino procedente de la mezcla de mostos blancos y
tintos, mientras que el rosado se elabora con uva tinta cuya maceración
con el hollejo, donde están los colorantes, se limita, normalmente por
sangrado del mosto. Pero hubo claretes que tuvieron prestigio,
ya lo creo que lo tuvieron. Sobre todo entre los ingleses, que siempre
han sido muy suyos, y muy exigentes, con los vinos continentales. El
otro día, releyendo "La vuelta al mundo en 80 días", de Verne, en busca
de no sé qué dato, me di con esto: "Era la cristalería del Club (el
Reform Club) la que contenía su sherry, su porto y su claret". Se
refiere, claro, a los de Phileas Fogg.
No vamos a entrar ahora a
explicar la condición de británicos que han tenido siempre los vinos de
Jerez y de Porto; ellos han sabido beberlos siempre con mayor
oportunidad y conocimiento que el resto de los consumidores, con las
lógicas excepciones en las zonas de producción. Pero ¿el "claret"? Pues
otro vino inglés. Hasta hace nada, los ingleses llamaron "claret" al
vino tinto de Burdeos, de esa Aquitania tan ligada a la historia de
Inglaterra por lo menos desde los tiempos de Ricardo Corazón de León y
su madre, Leonor de Aquitania. Los ingleses, si no sus creadores (por
aquí anduvieron ya plantando vides los romanos), sí que fueron sus
grandes impulsores.
Y hete aquí que a los tintos bordeleses les
llamaron "claret". Habrá que explicar que allá por el siglo XVIII los
tintos no tenían la capa cerradísima actual. Piensen en cómo llaman al
vino tinto los franceses (vin rouge), los ingleses (red wine), los
italianos (vino rosso), los alemanes (Rotwein): vino rojo. Rojo. No
negro, como sí le llaman vascos y catalanes.
Aún recuerdo los
tiempos en los que, al describir un tinto, en fase visual, lo más
frecuente era adjudicarle una capa rubí, del tipo "sangre de pichón".
Hay diferencias con el clásico "ojo de perdiz" de los claretes
castellanos, pero aún más con los actuales tintos oscurísimos, en los
que ni la imaginación más calenturienta adivinaría un rubí, que es rojo
brillante. Qué quieren que les diga; sin dejar de valorar los actuales,
oscurísimos, tánicos y alcohólicos, en lo que valen, añoro aquellos
riojas "rojo rubí, con menisco ocre" de doce grados y medio.
El
hecho es que a los ingleses, y Fogg era, para Verne, el paradigma del
gentleman, les gustaba mucho el vino de Burdeos. El tinto de Burdeos: el
"claret". Que, en 1872, fecha de la más famosa de las vueltas al mundo,
aún no había sido atacado por la filoxera; estaba a las puertas, pero
aún no. Como es sabido, muchos bodegueros bordeleses, ante la plaga,
trasladaron su actividad y saberes a los viñedos riojanos, y hubo, cómo
no, "claret" riojano. Yo recuerdo siempre el de las prestigiosas Franco
Españolas, que todavía hoy embotellan y etiquetan un muy apreciable
Royal Claret.
Lo que me suena más raro es que Verne añada que
Fogg perfumaba su "claret" con canela. No quiero pensar que lo tomase
caliente; el vino caliente con canela y azúcar es una bebida invernal de
lo más clásica. Aún recuerdo cómo nos confortó cuando lo declaramos
bebida única en una lejana y gélida Nochevieja en Escalona del Alberche.
Pero, en vino, yo asocio automáticamente la canela con la
garnacha, cepa ausente en las riberas del Garona; una mañana de sol,
fría, en el Somontano, probando un tinto monovarietal de garnacha
(magnífico) de Viñas del Vero, la sensación de dulcería, de canela, que
llegó a mi nariz fue maravillosa. Quizá era lo que buscaba Fogg en su
"claret" del Reform Club.
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