martes, 26 de agosto de 2025

Moscovitas

(Leído en la revista hola en algún momento del 2024)

4 generaciones llevan preparando este irresistible dulce artesano emblemático de Oviedo. En la pastelería Rialto, fundada en Luarca en 1926 por Braulio Gayoso, las famosas Moscovitas, los Carbayones y las Princesitas son sus especialidades más conocidas. Las primeras, unas galletas muy finas de almendra marcona y nata, las elaboran los maestros pasteleros una a una en un obrador a parte, y llevan diferentes coberturas de chocolate: con leche, blanco o negro. Se pueden comprar en diferentes puntos de España y en su web pero nos hemos propuesto hacerlas en casa, a nuestra manera.

No se sabe muy bien cómo llegó la fórmula a España pero sí que tienen bastante parecido con las galletas florentinas -cuyo origen no es de Florencia, sino que todo apunta a que nacieron en Francia-: pastas muy finas a base de mantequilla, azúcar, harina, almendras y fruta confitada, con un baño de chocolate por uno de sus lados.

Ten en cuenta que nuestra receta es casera y es posible que no nos salga tan fina ni perfecta como las compradas y hechas por profesionales. Pero ya sabes que somos partidarios de lo hecho con nuestras propias manos, por el valor que eso tiene. Estas galletas nos parecen un acompañamiento inmejorable para tomar con un café, una infusión o un vaso de leche y también para llevar como obsequio si vas de invitado a una comida o una cena a casa de amigos o familiares.

Ingredientes para hacer 30 galletas Moscovitas caseras

  • 20 gramos de harina
  • 100 gramos de almendra Marcona en granillos
  • 100 gramos de azúcar glas
  • 100 gramos de nata líquida
  • Para la cobertura: chocolate con leche, blanco o negro 

Hay de que dejar enfriar las galletas una vez salidas de horno para echarles el chocolate por una de sus caras.

Cómo hacer galletas Moscovitas caseras:

  1. Pon un cazo al fuego con la nata y el azúcar y hierven un minuto para disolver.
  2. Agrega la almendra en granillo y la harina tamizada y mezcla bien.
  3. Espera a que hierva de nuevo y espese, retira del fuego y deja reposar 15 minutos.
  4. Precalienta el horno a 170ºC.
  5. Forra una bandeja de horno con papel y silicona y deposita encima pequeñas cantidades de la masa con suficiente espacio entre ellas. 
  6. Hornea durante unos 10 minutos a 170ºC.
  7. Saca con cuidado, despega del papel y deja enfriar las galletas sobre una rejilla mientras derrites la cobertura.
  8. Echa la cobertura elegida por encima y espera a que se solidifiquen y se endurezcan.
  9. ¡Y ya tienes listas tus deliciosas galletas caseras para disfrutarlas!

viernes, 22 de agosto de 2025

Sobre la levadura “royal”

(Un artículo de Ana Vega Pérez de Arlucea en El Heraldo de Aragón del 28 de marzo de 2020)

[…] es un producto que, sinceramente, no suele ser tildado de primera necesidad: el impulsor, gasificante o polvo de hornear.

El Royal de toda la vida, para que me entiendan. No quiero yo hacer promoción a ninguna marca en especial y además existen numerosas opciones de otros fabricantes, pero es cierto que la mayoría de nosotros interpretamos 'royal' como equivalente total de un producto en concreto, igual que a veces nos ocurre con el 'albal' o el 'bimbo'. El royal está tan metido en nuestra memoria culinaria que es normal verlo así escrito en los libros de recetas, y resulta casi hasta confuso para los lectores ver en la lista de ingredientes otras denominaciones como «levadura química» o «impulsor», que es lo que realmente es. Rizando el rizo, ni siquiera es realmente una levadura, nombre que reciben los hongos vivos que hacen fermentar el pan. En el impulsor químico esta función análoga (la de «levantar» las masas de repostería), la hacen sus componentes químicos como el ácido tartárico, el bicarbonato de sodio o el de amonio.

Fue en la década de 1860 cuando se empezaron a producir y comercializar los impulsores de doble acción, que reaccionan primero a la humedad y después al calor dentro del horno, y precisamente en 1866 fue cuando nació en Nueva York la Royal Chemical Company, alma mater del famoso royal que usamos hoy en día. Pues bien, esta marca hizo su entrada en el mercado español durante las primeras décadas del siglo XX y una de sus mayores difusoras fue la célebre María Mestayer Jacquet, alias marquesa de Parabere (18771949).

Seguro que en algún rincón de la estantería o bien a mano cerca del fogón tienen ustedes su obra magna, 'La Cocina Completa', en alguna de las muchísimas ediciones que se han vendido desde su publicación original en 1933. Lo que quizás no sepan es que en 1947 pergeñó un recetario algo menos relevante pero igual de exitoso: el folleto 'Pastelería Royal'. Como los chefs famosos de hoy en día, la marquesa fue contratada por esta marca comercial para idear recetas sencillas que utilizaban impulsor y con las que se obsequiaba a las consumidoras a cambio de que enviaran por correo un cupón debidamente cumplimentado. Este folletito de poco más de 30 páginas se convirtió en imprescindible y en la base de los conocimientos reposteros de miles de amas de casa españolas, así que qué mejor que usarlo también durante estos días duros en los que necesitamos el consuelo de algún dulce.

Pastelería Royal, Maria Mestayer (1947)

Bizcocho sencillo

Ingredientes: 225 g de harina, 225 g de azúcar, 60 g de mantequilla, 4 cucharaditas de levadura química en polvo, 1 huevo, 1 pizca de sal fina, 250 ml de leche.

Elaboración: ablándese la mantequilla a tempratura ambiente, añádase el azúcar, bátanse hasta poner la mezcla cremosa y agréguese el huevo bien batido. Por separado júntese la harina, la sal y la levadura, añadiendo esto a la masa anterior alternativamente con la leche. Dispóngase esta masa en un molde untado con mantequilla y enharinado y cuézase en un horno con calor moderado [180 grados]. Una vez frío cúbrase con dulce de yema, mermelada de albaricoque o azúcar glas.

Pastelería Royal, Maria Mestayer (1947)

Magdalenas

Ingredientes: 125 g de azúcar, 125 g de harina, 100 g de mantequilla, 3 huevos, 1 cucharadita de levadura química en polvo, vainilla.

Elaboración: Bátanse los huevos con el azúcar hasta ponerlos muy espumosos, a continuación añádanse, ayudándose con una cuchara de palo, la harina tamizada junto con la levadura, la mantequilla a medio derretir y la vainilla. Se llenan de masa unso moldecitos a propósito previamente untados con mantequilla y se cuecen a horno caliente durante unos 10 minutos.

martes, 19 de agosto de 2025

Más de dos siglos de desprecio al tomate: cuando comer esta fruta no parecía posible

 (Un texto de Carmen Macías en elconfidencial.com del 11 de noviembre de 2022)

De origen incierto, los tomates pudieron originarse en los Andes peruanos, donde existían como una planta silvestre que crecía olvidada a sus anchas, pero, cuando los colonos la introdujeron en Europa, todo cambió... a peor.

Los hay rojos, amarillos, verdes, rosas, morados, redondeados, achatados, grandes, pequeños, asurcados, lisos… Todos y cada uno de ellos resultan un manjar popular omnipresente en la concepción moderna de la gastronomía. Sin tomates, sencillamente, la cocina actual no se entendería. ¿Qué es sin él el pisto, el salmorejo, el gazpacho, la pasta o cualquier cosa que se te ocurra? Sin embargo, aún quedan personas que los detestan, un repudio que parece acompañar la historia de esta curiosa fruta desde que llegó por primera vez a Europa a finales del siglo XVI.

De origen incierto, los tomates pudieron originarse en las tierras de los Andes peruanos, donde existían como una pequeña planta silvestre que crecía a sus anchas. Poco se parecía aquella planta a la tomatera en la que estás pensando y mucho menos ofrecía el tomate en el que estás pensando. Era un tomate tipo cherri, de color amarillento y más bien ácido cuyas semillas llegaron a Mesoamérica transportadas por el viento o, tal vez, en el estómago de algunas aves migratorias. 

Así, poco a poco, se fue domesticando de mano en mano entre las culturas agrícolas de Perú, Ecuador y México. Esta domesticación, junto a los viajes asociados a ella, implicó una importante pérdida de su diversidad genética.

Resulta paradójico, como apuntan en The Conversation José Blanca y Joaquin Cañizares, ambos profesores de Genética en la Universidad Politécnica de Valencia, que esta especie cultivada en la actualidad disfrute de una inmensa diversidad de tipos de fruto a pesar de haber perdido la mayoría de su potencial genético: "Durante el siglo XX, los agricultores que lo mejoraron tuvieron que buscar genes de resistencia a enfermedades entre las especies silvestres porque la cultivada los había perdido durante su domesticación", explican, reconociendo que la selección, tanto la natural como la artificial, de una planta funciona eligiendo las variedades más adecuadas para cada situación, adaptándola para superar problemas medioambientales inesperados, por lo que "sin diversidad no hay evolución posible".

Su nombre proviene del concepto azteca tomatl, aunque también de xitomatl. Ambos significan 'fruta redonda', pero con ciertas diferencias que las lenguas latinas siguen conservando pese a la historia que va consigo. Precisamente quienes se dedican a estudiarla desconocen cuándo llegaron los tomates a Europa para ser lo que son ahora.

En ese trazo a veces perdido, es gracias a Bernardino de Sahagún que tenemos constancia del uso ancestral del tomate en la cocina de los indios cuando en su Historia general de las cosas de Nueva España habla de los mercados indígenas y de la costumbre de vendedoras de platos preparados haciendo el tomado, unos guisados hechos de pimientos y tomates, explica el investigador Carlos Azcoytia, autor de Historia de la cocina occidental. "Suelen poner en ellos pimiento, pepitas de calabaza, tomates, tomates gordos y más cosas que los hacen sabrosos", recogía Sahagún. Este texto, traducido a la lengua náhuatl, hace la distinción entre un tomatl (pequeños y agrios) y un xitomatl (más grandes, gordos y jugosos).

Las semillas del expolio

Son más datos que esos, se considera que, en algunos de los famosos viajes de Colón y compañía para el saqueo y expolio de aquellas tierras, una pequeña representación de las variedades existentes ya allí tuvieron que acabar desembarcando en Andalucía. No obstante, no hay rastro de ellos en el papel: "Los colonos registraron cuidadosamente la cantidad de oro y plata que trajeron hasta Sevilla, por ejemplo, pero no mencionaron nada de semillas de tomate", apuntan Blanca y Cañizares.

Aquellas semillas, en cualquier caso, ya producían tomates rojos grumosos similares a las variedades que en la actualidad conocemos como "reliquia". Es decir, llegaron domesticados, listos para el cultivo del que se encargaron las clases populares de España e Italia, pues las clases dominantes consideraban el tomate un alimento poco saludable y una mera curiosidad botánica. Estaba bien, decían, como decoración, pero ni su color ni su forma ni su olor llamaban la atención de la sociedad blanca.

Partiendo de la exigua diversidad llegada desde América, fueron las familias de campesinos agricultores los que consiguieron generar la gran diversidad de tipos de tomates europeos que colman nuestros huertos y despensas.

Peligro de tentación

Sarah Laskow explica en Atlas Obscura que la sociedad europea asoció esta planta con la solanácea mortal, debido en parte al herbolario italiano Pietro Andrea Matthioli, quien la etiquetó como "manzana dorada" en lo que se considera el primer registro escrito del tomate de 1544. "Esto generó asociaciones bíblicas en torno al tomate como que era una fuente peligrosa de la tentación, y permaneció bajo esa condición durante décadas", añade Laskow.

Al mismo tiempo, la histeria masiva sancionada por la Iglesia y el Gobierno o "la manía por cazar brujas" estaba desarrollándose sin frenos. Mientras el tomate se asentaba, las mujeres eran quemadas, ahogadas, ahorcadas y aplastadas después de juicios tanto en tribunales seculares como religiosos donde las señalaban como peligro social. ¿Y qué tiene esto que ver con esta fruta?

Resulta que los cazadores de brujas empezaron a interesarse en discernir la composición de lo que creían el ungüento que les hacía volar sentadas en sus escobas. Una potente sustancia mágica, consideraban algunos, que permitía encuentros con el diablo en las alturas; transformaba a la bruja en un hombre lobo, como se describe en los estudios de caso del prolífico cazador de brujas Henry Boguet, y hasta hacía las veces de refugio desde el que acechar escondidas.

La prima belladona

Los ingredientes clave, registrados por el médico del papa Andrés Laguna en 1545, fueron acordados por consenso: la cicuta, la belladona, el beleño y la mandrágora, los tres últimos son parientes botánicos cercanos del tomate. De hecho, la similitud de los tomates con la belladona es evidente incluso para un ojo inexperto. Se trata de plantas prácticamente idénticas entre las que es muy difícil notar la diferencia entre los tomates cherri amarillos y la mandrágora alucinógena. La maldición sobre la tomatera estaba asegurada.

Mientras tanto, en 1585, un escritor sugirió que cocinarlos "con pimienta, sal y aceite", pero dejando a un lado la superstición cristiana, les quitaba interés porque aseguraba que provocaban mal aliento. Todo eran trabas para este alimento que continuó creciendo en los jardines. Era ya 1600 cuando a este lado del charco comenzaron a comer los tomates cultivados. Primero en Andalucía, donde el clima hizo que las cosechas de la nueva fruta proliferaran. Cuando se decidieron a probarlos, imitaron el plato más básico que los hombres habían encontrado en México: hicieron salsa al estilo azteca, con aceite y chiles.

Francisco Hernández fue probablemente el primer escritor europeo en describir la salsa. Felipe II lo había enviado a México a catalogar todas las plantas que allí pudo encontrar, lo que le llevó siete años. En un capítulo que trata sobre "plantas agrias y ácidas", Hernández señaló cómo la gente en México comía tomates. Hicieron, escribió, "una salsa deliciosa para mojar con tomates picados, mezclados con chile", que combinaría con casi cualquier plato.

Tomate "al estilo español"

Los italianos, sin embargo, no quedaron impresionados. Rudolf Grewe, profesor de Lógica Matemática que, tras jubilarse, se dedicó a investigar la historia de los alimentos, rastreó durante la década de 1980 las primeras recetas europeas con tomate. La recopilación que logró publicar en el Journal of Gastronomy transita desde 1692 hasta 1745.

La primera receta europea escrita que emplea tomates, sostiene Grewe en su trabajo, fue publicada en el libro de cocina Lo scalco alla moderna en 1692. Con ella, en Nápoles, intentaban recrear salsa de tomate "al estilo español": bastaba con tomar media docena de tomates maduros, ponerlos a asar en las brasas y, cuando estuvieran chamuscados, quitarles la piel con diligencia y picarlos finamente con un cuchillo. Agregar cebollas picadas finamente, chiles picantes también picados y tomillo en pequeña cantidad. Mezclar todo y ajustar con un poco de sal, aceite y vinagre.

Según señala el historiador culinario Andrew F. Smith en Jstor, esta historia de terror y repulsión se repitió después en Estados Unidos, donde los tomates no se cultivaron hasta principios del siglo XVIII en las colonias del sur. De verdura ornamental también allí pasaron a alimento en la década de 1820. ¿O hay que hablar de medicamento?

¿Un medicamento?

Al norte del continente del que eran originarios, fueron los médicos, muchos de ellos formados en la Europa continental, quienes popularizaron el tomate. Uno de ellos, John Cook Bennett, fue especialmente insistente con el asunto, dice Laskow. Cook afirmaba que esta fruta podía tratar la diarrea, aliviar la indigestión y proteger a quienes viajaban hacia el oeste y el sur del "peligro que acompaña a esos violentos ataques de bilis a los que están expuestas casi todas las personas no aclimatadas". Como un auténtico predicador, instó a la gente a comer tomates crudos, pero también en forma de salsa, fritos o encurtidos.

Para el siglo XIX, el tomate era ya una estrella en las cocinas. En 1865, un artículo publicado en The American Agriculturalist proclamaba: "Que ningún amante del delicioso tomate se desanime de disfrutarlo por temor a tomar cualquier cosa que tenga la más mínima semejanza con el calomelanos o cualquier otra medicina, sino que coma tanto como quiera sin pensar en su hígado o su médico".

Con todo ello, manifiesta Azcoytia, la ignorancia sobre el pasado y domesticación de este alimento "se debe en parte a la labor de los españoles de borrar toda la memoria histórica de los aborígenes americanos con su invasión cultural que pasó también por lo religioso y terminó por la gastronomía misma, imponiendo sus costumbres en todos los ámbitos sociales". Prueba de ello, recuerda, la tenemos con el segundo viaje de Colón, "cuyo cometido no fue otro que el de enviar semillas y alimentos al gusto europeo en un claro desprecio por la gastronomía de los pueblos indígenas".

viernes, 15 de agosto de 2025

La sal en Aragón

(Un texto de Francisco Abad Alegría en el Heraldo de Aragón del 22 de febrero de 2020. Un recorrido por los principales yacimientos en territorio aragonés.)

“Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se ha vuelto insípida, ¿con qué se hará salada otra vez? Ya para nada sirve, sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres.” Mateo 5,13.

No puede ser casualidad que el Señor Jesús elija la sal como paradigma de lo que da fuerza y sabor a la mera alimentación de supervivencia. El propio San Mateo recalca su importancia poniendo en paralelo la lámpara encendida que se pone en alto para disipar las tinieblas de una estancia. Y es que la sal es potenciadora de sabor, lógicamente sazonadora, conservante casi universal, coadyuvante en los procesos tintóreos, anticongelante y al tiempo, perversamente empleada, exterminadora por largos años de la fertilidad de tierras de cultivo a cuyos dueños se quiere perjudicar. Tan variada utilidad en la vida cotidiana de las personas hace de ella un codiciable producto sobre el que asociar gravámenes o impuestos y, por eso, desde remota antigüedad reyes y nobles, dueños de haciendas y vidas de súbditos, controlaron su comercio y almacenamiento.

La sal interior se encuentra en estado sólido en diferentes áreas y a variable profundidad, como resto de la evaporación secular de las aguas marinas que cubrían lo que hoy es tierra firme. La velocidad de evaporación, evolución de las capas sedimentarias a lo largo de millones de siglos y presencia de ciertos minerales en el mismo lecho sedimentario o incluso aluvial, dan además características especiales a las distintas sales: el componente principal, cloruro sódico, se acompaña de variables cantidades de otras sales: magnésicas, ferruginosas, cálcicas, potásicas, etc. A ello se añade que la velocidad de concentración de las antiguas aguas marinas y las presiones telúricas que acompañan el proceso generan formas cristalinas diversas e incluso coloraciones que van del hialino puro al rosa o azulado, llegando al gris, sin contar con la que le presten diferentes componentes químicos acompañantes.

La forma más habitual de obtener la sal, salvo cuando se encuentra sedimentada y encerrada en grandes ‘lentejas’ minerales (Remolinos, por ejemplo) que se pueden excavar, es aprovechar la salmuera concentrada que mana espontáneamente en algunas zonas o se genera mediante el ‘lavado’ del depósito mineral profundo con agua que luego se extrae como salmuera concentrada. Las salmueras se almacenan en albercas superficiales, desde las que salen pequeñas cantidades del líquido, generalmente a través de canalillos de madera, depositándose en ‘balsetes’ de suelo empedrado (para evitar la mezcla con tierra y la filtración al suelo) de gran superficie y muy poca profundidad, de modo que la fuerza del sol se encarga de evaporar el agua, quedando en el fondo la sal sólida, que se recoge con rastrillos planos de madera.

Yacimientos salineros en Aragón

Por la persistente actualidad salinera actual o las numerosas fuentes históricas, entre las que destaca la obra monumental de Asso (1798), tenemos constancia de numerosas salinas en nuestra tierra. Probablemente, la mayor concentración de sal gema explotable se encuentre en la zona de Remolinos y la antes denominada El Castellar (Torres de Berrellén, Pola y Sobradiel), próximas al curso del Ebro. Desde tiempo inmemorial se emplean las sales para alimentación humana, complemento del ganado ovino y caprino y anticongelante. En la zona darocense, en Ojos Negros, al lado de las seculares minas que proveían el famoso hierro de los ferreros de Albarracín, próximas al territorio de Bello y Villar del Saz, siguen explotándose salinas para uso alimentario, extrayéndose desde antiguo la salmuera subsolada mediante norias movidas por tracción animal. También existía una salina en Valtablado de Albarracín, activa en el siglo XVII. En los alrededores de la turolense Mora de Rubielos se explotaron durante siglos salinas de mediana producción. Luego se menciona algo de la producción salinera de Alcañiz.

Ya en el Bajo Ebro, nos encontramos con noticia de producción salinera apreciable en Sástago, que en el siglo XVIII generaba 14.000 fanegas castellanas de sal, y Bujaraloz, con cuantías de producción mucho más modestas. Al noroeste de estas localidades se sitúa la zona de Los Monegros, semidesértica, donde se localizan frecuentes afloramientos de aguas salinas de escaso interés, amargo recuerdo de lo que se dice que fue un inmenso bosque de carrasca y sabina, en buena parte abatido para pequeñas ferrerías y caldererías.

Subiendo hacia el norte, está la comarca de Peralta de la Sal (Peralta, Aguinalíu, Jusén y Calasanz), rica en salinas que proporcionaban a fines del siglo XVII 4.000 cahizes de sal, que en buena parte se exportaban a la vecina Francia. La zona de Naval, famosa por su cerámica y cacharrería, también tenía salinas de apreciable producción. Con el paso del tiempo pequeñas salineras ribagorzanas, más septentrionales (Arén, Benabarre, Isábena, Montanuy, Secastilla, Vilanova), agruparon el comercio de su producción, mermando el que proveía la zona de Peralta para Francia.

La rapiña fiscal: nada cambia

En toda la historia registrada de la Humanidad, la mejor parte se la lleva el león, como explica la conocida fábula. Por un método u otro, a la larga, la Corona tenía el monopolio de la sal, como propietaria indiscutible (para eso están las armas) o como detractora de impuestos abusivos a nobles o pequeños propietarios salineros. La zona de RemolinosEl Castellar, por ejemplo, era propiedad real y punto. El rey Jaime II, tan educado en el trato, no se conformó con poner impuestos abusivos a la sal, sino que además obligó al pueblo a la compra anual de cupos proporcionados al número de familiares. Dice Asso en su ‘Economía política’ (1798): "En el día, el estanco de las sales es una de las mejores rentas de S.M., cuyo beneficio líquido se halla expresado en la balanza general de comercio".

Distintas sales y usos

Aunque la sal es fundamentalmente cloruro sódico, contiene otros compuestos químicos que dan matices a la mera salazón. Por ejemplo, las enormes minas de Remolinos tienen sal en buena parte teñida de gris intenso y una cierta cantidad de yeso infiltrado (sulfato cálcico), lo que hace que muchas vetas del mineral se empleen íntegramente para tratar el hielo invernal en carreteras (por el descenso crioscópico, es decir, que el agua se hace hielo a temperaturas muy inferiores a los 0º C), aunque otras partes hialinas o incluso azuladas o rosadas se rediluyen en agua para evaporación y aprovechamiento como sal de alimentación.

En algunas localizaciones, la sal obtenida tiene concentraciones elevadas de sal de nitro (nitrato sódico), lo que la hace muy aprovechable para la curación de los productos del cerdo, porque tales compuestos aceleran el proceso de nitrificación de forma natural, paralelo al de secado, obteniéndose el característico aroma de jamones o chorizos curados, que no es más que el fruto de la nitrificación cárnica. Por fin, al lado de la estanca de Alcañiz, de agua dulce, se halla una pequeña afloración de agua salina, que se extrajo para uso humano bajo dominio real, pero que contiene en disolución cantidades significativas de sal de Glauber, que es sulfato sódico, el componente básico de la antaño explotada agua de Carabaña, empleada como purgante y también para el cuidado de la piel.